Epílogo a modo de homenaje a Julio Caro Baroja

D. JULIO CARO BAROJA

D. JULIO CARO BAROJA

(Texto de José María Suárez Gallego publicado en “Mujer, familia y sociedad”. Actas el IV Congreso Histórico sobre Nuevas Poblaciones. Centro de Estudios sobre Nuevas Poblaciones “Miguel Avilés”. La Carolina y Guarromán, 1996)

En las calores del verano más tórrido y seco que recuerdan las últimas generaciones, un 18 de agosto de 1995, en la paz y el sosiego de su casa de Vera de Bidasoa, nos dejó para siempre Julio Caro Baroja, el don Julio de inquieta y octogenaria mirada y sempiterna pajarita de profesor veterano, misógino por mor de que siempre le escasea el tiempo, caprichosa paradoja, precisamente a quien anda en los menesteres de investigarlo una vez hecho historia y costumbre. No se puede atender bien a dos pasiones sin que una deje de serlo, y es que para Julio Caro Baroja su quehacer de investigador, de erudito hurgador en las entretelas del cómo y el porqué del paisaje y el paisanaje de España, fue una pasión, si bien, una pasión totalmente desapasionada, pues nunca se vio su pluma ni su ánimo perturbado ni afecto de desconcierto alguno. Hablo, pues, de entusiasmo remansado y decantado en la precisión del dato y la conclusión meditada fruto de científica reflexión. He dicho erudito hurgador porque gran parte de su obra no ha hecho otra cosa que atizar las lumbres en cuyas ascuas se cuece la identidad de nuestros pueblos(1), advirtiéndonos, eso sí, a cada paso, del peligro que corremos si nos abandonamos, con riesgo de perdernos, por los caminos en los que las señas de identidad de un colectivo son fruto de unos cuantos tópicos que, una vez aventados y extendidos como el fuego, no nos dejan más cenizas que la intolerancia y la xenofobia, cuando no, execrables nacionalismos que argumentan ignotas identidades diferenciadoras con la sinrazón de campos de exterminio, guetos, tiros en la nuca y coches bomba.

Julio Caro Baroja ha estado siempre a caballo entre la Antropología filosófica y la Antropología cultural. Avezado observador de pueblos y gentes, de ritos y mitos, de trabajos y técnicas, impenitente desfacedor de los entuertos que tópicos, equívocos y falsedades han creado en historiadores, antropólogos, etnólogos, folcloristas, e incluso en políticos de tercer o cuarto orden, que han tomado de la canción sólo el estribillo y a partir de ahí han querido justificar toda “su” sinfonía nacionalista (2).

Se nos fue Julio Caro Baroja, el don Julio que tan bien conocía a los españoles desde lo más ancestral de sus costuras culturales, y todos nos hemos quedado un poco más huérfanos de sentido común y visión equilibrada del pasado y del futuro. En su obra nos ha dejado escrita, a modo de testamento, la lección primera de cómo se puede trabajar en profundidad el campo de la Historia, la Antropología y el Folclore sin recurrir a los biologismos, sin distorsiones esquemáticas hacia lo “total” o “constante” y, muy especialmente, sin apoyar en centenares, acaso miles, de fichas fruto de la observación, toda una serie de conclusiones forzadamente generalizadoras de lo que él denominaba “providencialismos antagónicos” (3). Irse por las ramas biologistas, es decir, entender que el “pueblo” (el “volk” alemán de Nietzsche, o el “ethnos” de los griegos) produce canciones y refranes como el gusano de seda produce su capullo o la araña su tela, puede llevarnos a los extremos de considerar que las costumbres populares son la antítesis del hombre civilizado, produciéndose, por tanto, la dicotomía entre cultura popular y civilización, postura ésta vigente hasta no hace muchos lustros y frente a la cual comenzó a situarse Antonio Machado Álvarez “Demófilo”, a finales del siglo XIX, empezándose entonces la ardua tarea de llevar el Flamenco desde lo meramente “popular” hasta la “divinizada civilización” de la cultura elitista. Y hablamos del Flamenco por lo próximo que nos es, pero bien pudiera aplicarse a tal o cual lengua vernácula, o tal o cual forma de vestir. Las ramas biologistas, que nunca entendió ni justificó Julio Caro Baroja, pueden llevarnos, también, a la Antropología que él llamaba “política”, de inconfesables raíces y motivaciones “económicas”, basada en el darwinismo y –según él– en especulaciones peregrinas(4) (me viene a la memoria la cuestión del Rh de la sangre que algunos esgrimen como hecho diferenciador y justificación nacionalista), pilar de sostén del racismo, que conlleva a que la glorificación del propio grupo esté condicionada a una marcada hostilidad hacia otros grupos.(Función ésta que en tiempos de paz viene a jugar la rivalidad futbolística, en nuestros días, como válvula de escape de violencias y hostilidades del ancestro tribal).

Y me detengo en estas consideraciones por lo expuestos a la tentación que estamos los historiadores locales, en un momento dado, a tomar el sendero del estéril “chauvinismo” y comenzar a confundir lo “propio”, lo “castizo”, con lo “puro”, y a los “casticistas” con los “puristas”. Julio Caro Baroja nos lanza su aviso a navegantes cuando nos dice: “Lo castizo -insisto– no es lo puro o lo genuino ni lo antiguo. Es más bien lo determinativo, lo más significativo, dentro de un ámbito popular en un momento. […] La palabra “castizo” encierra, pues, unos principios de equívoco tan grandes como la palabra “tradicional”. La gente quiere darle valores de pureza y de cosa remota e invariable. Pero con frecuencia esta voluntad se basa en datos falsos y aún contrarios a la experiencia histórica.”(5) Queda claro, pues, que los que andamos las veredas de la historia local, de la historia de una Mancomunidad Cultural, aspiración que tienen las Nuevas Poblaciones fundadas por Carlos III al amparo del Fuero de 1767, los que nos movemos por las trilladas calzadas de la cultura popular y tradicional de estas poblaciones, no tenemos como materia de investigación más que un “momento” y “un elemento”, sea cual sea, determinativo de ese intervalo de tiempo histórico. Y lo “puro” y lo “castizo” nos brota en el hoy y en el ayer mismo de las tradiciones que a raíz de estos Congresos de Historia van surgiendo: La Campana de las siete generaciones, de Guarromán, los Colonos de Honor, las varias Fiestas de la Fundación de estos pueblos. Estos mismos congresos son ya tradición, “pureza castiza” del momento de nuestros días que arrancan de 1983, fecha del Primer Congreso Histórico sobre Nuevas Poblaciones. En este caso el proceso ha sido inverso, partiendo de datos históricos, no falseados ni contaminados por justificaciones interesadas, se ha llegado a lo castizo, a lo que es genuino de estas Nuevas Poblaciones: Su propia historia. No se ha corrido el riesgo de justificar lo “puro” con hechos y datos históricos. Lo castizo y lo puro aquí es la historia de sus gentes, el genuino, por singular, origen de la puesta en marcha y posterior desarrollo de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y Andalucía.

Valga todo lo hasta ahora escrito sobre identidades, purezas, y especulaciones peregrinas sobre los nacionalismos, como el “paso purificador del desierto” al que nos sometimos antes de llevar a efecto el encargo hecho en el III Congreso, celebrado en 1988, cuando ante el Árbol de las Nuevas Poblaciones plantado con todas las tierras de los municipios creados cuando cesó el Fuero (1935), se nos encargó por el entonces alcalde de Guarromán, Francisco García Martínez, el diseño de un escudo y bandera de lo que en su día habrá de ser la Mancomunidad Cultural de Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y Andalucía. Y antes de documentar franjas y colores, cuarteles y blasones, hubo que buscar argumentos que acercaran más que distanciaran, que abrieran horizontes más que cerraran desfiladeros. Y así, como contamos en otro lugar de este libro (6), quedó el blanco del cuartel borbón de Carlos III limitando al norte con el celeste mariano de la Inmaculada Concepción, Patrona de las Nuevas Poblaciones, y limitando al sur con el verde del profeta del Islam. Dos culturas, dos creencias, dos mundos enfrentados en la Historia, encontrados y reunidos en una bandera. Faltaba el lema del escudo: “Nacimos con el Fuero para la concordia de los pueblos”. Sería impensable en las postrimerías del segundo milenio, cuando el planeta tiende a ser, por mor de las comunicaciones, una aldea global, y Europa está llamada, patera arriba, patera abajo, a ser multirracial, que estas tierras que acogieron, más perfecta o imperfectamente, el sueño de una sociedad abierta en sus orígenes y modelo en sus fines pusiera puertas a los campos de sus blasones y alambradas a su bandera.

Para quienes hicieron del chauvinismo atalaya y guardia de sus esencias, se encuentran hoy con la “tragedia” de que África no comienza, como decían, en los Pirineos, sino en las puertas mismas de París y en el malecón de Marsella.

Sin lugar a duda los seis Congresos Históricos sobre las Nuevas Poblaciones de Carlos III celebrados, y el séptimo que habrá de llevarse a cabo cuando estas líneas vean la luz (octubre de 1996), han servido para crear en las gentes que las habitan hoy un sentimiento diferenciador, un estímulo al siempre sano orgullo del terruño primero, pero abriendo horizontes a paisajes y paisanajes nuevos.

Para aquel IV Congreso sobre las Nuevas Poblaciones, allá por 1990, primero en el que se abordaron temas de cultura tradicional desde los aspectos de la mujer, la familia y la sociedad, primero, también, en el que la Antropología cultural compartió espacio temático con la Historia, hicimos (me cupo el honor de ser su secretario de organización) las gestiones precisas para que Julio Caro Baroja viniera como ponente conmemorando así el cuarenta aniversario de su viaje por las Nuevas Poblaciones (mayo de 1950). La agenda del don Julio de ojillos avizores de infinitos horizontes, condicionada por los inevitables achaques de la edad (contaba ya casi los setenta y siete años) no nos lo permitió.

Seis años más tarde, después de muchos avatares, aparece este volumen que contiene parte de lo presentado a dicho Congreso (algunos de sus trabajos ya han visto la luz en otras publicaciones y por tanto no aparecen aquí). Don Julio no pudo venir para entonces, desgraciadamente ya no podrá hacerlo, pero su trabajo sobre el experimento sociológico de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena en tiempos de Carlos III(7), curiosamente citado por muchos y leído por pocos, (pinche aquí para ver su texto completo) vuelve a ver la luz de nuevo hoy en el que viajar por este “camino real” convertido en autovía encierra los peligros de la velocidad y el confort del climatizador en el coche, pero donde el soneto de Torres Villarroel publicado en él, sigue teniendo triste vigencia: “Los ladrones más famosos no están en los caminos“.

Estas tierras, gracias a sus Congresos de Historia y a quienes los enriquecen con sus trabajos, siguen siendo un experimento sociológico en plena vigencia, mágica vigencia, en la que aventuras culturales, y ésta lo es, que en su día iniciaron investigadores soñadores y entusiastas son sufragadas hoy por un poeta.

Lo castizo no habrá de ser lo puro ni lo auténtico, necesariamente, pero Julio Caro Baroja, en su preciso momento, fue significativo en estas Nuevas Poblaciones y es de justicia decirlo y haberlo escrito, como aquí, a modo de epílogo y homenaje, modestamente he pretendido.

Al fin y al cabo, aún queda por estos pagos quien recite a aquel poeta andalusí que al respecto nos decía; “Antes es el vecino que mi casa, antes el compañero de viaje que mi camino…”. Lo que tal y como andan los tiempos no es poco. Decididamente, no es poco.

NOTAS

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(1) Véanse:

Caro Baroja, J: Los Pueblos de España. Ediciones Istmo. Madrid.1981.

Caro Baroja, J: El laberinto vasco. Sarpe. Madrid. 1986.

Caro Baroja, J: El Carnaval (Análisis histórico cultural). Taurus. Madrid. 1965.

Caro Baroja, J: La estación del amor (Fiestas populares de mayo a San Juan). Taurus. Madrid. 1979.

Caro Baroja, J: Temas castizos. Ediciones Istmo. Madrid. 1980.

Caro Baroja, J: Es estío festivo (Fiestas populares de verano). Taurus. Madrid. 1984.

(2) Caro Baroja, J: Las falsificaciones de la Historia (en relación con la de España). Seix Barral. Barcelona. 1992.

(3) O. Cit: Caro Baroja, J: Temas Castizos…

(4) Caro Baroja, J: Los fundamentos del pensamiento antropológico moderno. C.S.I.C. Madrid. 1991.

(5) Op. Cit: Caro Baroja, J: Temas Castizos…, Pág. 11.

(6) Véase: “Referentes de identidad de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y Andalucía”, pinchando aquí.

(7) El trabajo que hemos utilizado para esta edición es el publicado en la revista Clavileño, número 18. Madrid. 1952. Págs. 52-64. Francisco Ramírez Cerón, impresor y director de esta edición, optó por volver a componerlo tipográficamente, y no dar su facsímil para una mejor lectura del mismo, si bien se han respetado los croquis y dibujos del original. Véase el texto publicado en estas actas pinchando aquí.

Plano de la ciudad proyectada para La Carolina después de su fundación en el año 1767.

Plano de la ciudad proyectada para La Carolina después de su fundación en el año 1767.

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