Elogio de los «telecos»

Escuela Politécnica Superior de Linares

Muchas veces, en este paridero de ideas y de textos en el que me paso muchas horas solo enfrentándome al blanco absorto de una cuartilla muerta (cuartilla digital, se entiende), no oigo otra voz que la de Alexa cada vez que le pregunto por el tiempo que va a hacer mañana, o le pido que encienda la calefacción, o me diga el número premiado en el cuponazo del viernes.

            Hay veces que, por pasar la cadencia de las horas muertas, e instalado en la actitud existencialista de que ya no es necesario el fuego eterno porque el infierno son los otros, le pregunto: “Alexa, dime que te parezco”. Y ella desde su corazón de microchip me responde: “Eres lo más. Me flipan tus preguntas”.

            Las comunicaciones hoy en día son la leche (leche desnatada, a ser posible) gracias a los “telecos”, esto es, a los ingenieros de telecomunicación.

            Confieso que siento admiración por los ”telecos”, pues uno me dio la vida, mi padre, y otro me ha hecho abuelo, mi hijo. Y de cada cual me siento orgulloso porque nunca consintió uno, ni ha consentido el otro, que me quedara obsoleto o desfasado ante las tecnologías de mi tiempo para estar comunicado con el mundo.

            El viernes pasado asistí en la Escuela Politécnica Superior de Linares al acto por el cual mi buen amigo y compañero de la Orden de la Cuchara de Palo, el profesor Sebastián García Galán se presentaba ante la comisión evaluadora para ser catedrático de universidad.

            Asistimos a la exposición impecable de su curriculum docente y de investigación impecable. Y antes de exponer su proyecto de basado en investigaciones de bio tecnología aplicada a las enfermedades producidas por arritmias cardiacas y enfermedades respiratorias,  me di cuenta de lo poco qué sabemos de lo que hacen los “telecos”, más allá de los teléfonos móviles e internet.

            Entre ambas intervenciones, el presidente de la comisión de evaluación, el profesor Nicolás Ruíz, catedrático de Teoría de la Señal y Comunicación, junto al resto de los catedráticos en la materia que lo formaban, promovió un debate para que el aspirante a catedrático “se mojara”, amparado en que un catedrático debe dar soluciones desde la universidad teniendo un criterio propio sobre las soluciones que da.

            Una de las cuestiones suscitadas es si han sabido vender los “telecos” su trabajo en tiempos de la pandemia, o se ha diluido entre otros colectivos más visibles.

            ¿Qué sería de nuestra sociedad sin las telecomunicaciones y sin los que las diseñan, las investigan y las hacen posible?

            ¿Qué seriamos sin internet, sin Whatsapp, sin Facebook, sin Twitter, sin Instagram, sin Tik-tok?

            ¿Qué serían de nuestros mayores en la soledad completa, que dice el Himno a la Alegría, de las residencias de mayores en la pandemia?

            ¿Qué sería de la navegación aérea, de la que mi padre formó parte desde los años cuarenta del pasado siglo?

            ¿Qué sería de los servicios de emergencia y del teletrabajo?

            ¿Qué sería de la telemedicina, aunque quieran privatizarnos la sanidad pública?

¿Qué sería de la compañía que le hace la radio a tanta gente en soledad?

            ¿Qué sería de la prensa digital, aunque a veces diga muchas mentiras?

            ¿Qué sería de los que pese a todo dicen tantas verdades en las redes sociales, y de los que dicen tantas mentiras y se las consentimos?

            ¿Qué seria de los blablacar y de los viajes comunitarios de estudiantes?

            ¿Qué hubiera sido de Neil Armstrong cuando frente a la puerta del módulo lunar y al bajar la escalerilla pronunció aquel 20 de julio de 1969, la célebre frase: «Es un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad» que oímos todos?

            Evito hablar de las guerras y las injusticias retransmitidas en directo como si fueran películas de los sábados por la tarde.

            En 1973 mi padre me regaló un aparato de radio que tenía onda corta. Con el que pude seguir el sufrimiento de muchos chilenos bajo Pinochet. Cincuenta años mas tarde mi hijo todos los días hace una video llamada desde Chile para que veamos a nuestra nieta.

            Muchas gracias “telecos”, sin vosotros el mundo no sería igual, e incluso hasta peor.

© José María Suárez Gallego

Publicado en Diario JAÉN el viernes 24 de febrero de 2023

Cucharas de Palo 2023

La Muy Ilustre y Noble Orden de los Caballeros de la Cuchara de Palo nació oficialmente en Guarromán un diez de marzo de 1990, aunque su protohistoria hay que situarla el día de Nochebuena de 1983, que fue cuando sus primeros miembros comenzaron a reunirse evocando una tradición de los colonos alemanes y suizos que repoblaron Sierra Morena. Sus antecedentes hay que buscarlos en el siglo XVIII, cuando en 1767 con la promulgación del Fuero de Población por el rey Carlos III, se crearon las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena, la llamada tierra de Olavidia, entre las que se encuentra Guarromán, la Carolina, Carboneros etc., con colonos venidos en su mayoría de Centroeuropa (Alemania y Suiza), y algunos otros de Galicia, Cataluña y Valencia.

Se pretendió entonces hacer una sociedad modelo de agricultores, en la que se reconocía por primera vez el derecho a la enseñanza primaria de los niños, y el reconocimiento al trabajo de la mujer, así como el derecho a elegir por votación a los alcaldes de cada departamento, los cuales hacían también funciones de jueces de paz.

Esta elección tenía lugar cada 24 de diciembre a las tres de la tarde, en casa del alcalde saliente, pues el cargo tenía una duración de un año que comenzaba a regir desde el día uno de enero. Cada día de Nochebuena, a las tres de la tarde, acudían los cabezas de familia a elegir a su alcalde, y por ser día tan señalado y víspera de festivo,  aquellos agricultores de olivos estaban dispensados de las faenas agrícolas durante esa tarde, por lo que después de haber votado se quedaban a comer en casa del alcalde saliente, quien invitaba a los 10 o 12 cabezas de familia de su departamento, como acto de buena vecindad y anticipando la tradicional cena de Nochebuena.

El día uno de enero todos los alcaldes elegidos eran invitados en su palacio a una comida por Pablo de Olavide, superintendente y artífice de las Nuevas Poblaciones, según consta Archivo Histórico Nacional  (Inquisición, leg. 1.862, nº 14)

Cumplimos ahora treinta tres años de existencia formal e ininterrumpida, y haremos entrega mañana en Linares de los galardones correspondientes a la edición de este año de los Premios Nacionales Cuchara de Palo, que han recaído en los siguientes personajes e instituciones:

A la Indicación Geográfica Protegida IGP Aceite de Jaén, que preside nuestra apreciado exrector y maestro en eficiencias, el catedrático (y muchas cosas más) Manuel Parra Rosas.

Al Parque Natural Despeñaperros por su peculiar y excelente gastronomía del zaguán de Andalucía, premio que recogerá María José Lara Serrano, Delegada territorial en Jaén de la Consejería de Sostenibilidad, Medio Ambiente y Economía Azul, de la Junta de Andalucía, en representación de todos los que hacen posible cada día. 

Al maestro cantaor de flamenco y artista andaluz de los de quitarse el sombrero, José Mercé.  

A Javier Zafra por su documentado libro “Sabores de Sefarat” en el que se ponen de manifiesto los secretos de la gastronomía judeoespañola,

A Felipe Reyes, histórico y laureado jugador de baloncesto español, vinculado con Jaén, que siempre ha dado muestras del deporte como un referente de valores éticos para los más jóvenes.

Al escritor y periodista Antonio Pérez Henares, presidente de la Asociación Nacional de Novela Histórica.

Y a Íñigo (Pérez) Urrechu, chef del Restaurante Zalacaín, primer restaurante en España que obtuvo una estrella Michelin.

En la actualidad la Orden de la Cuchara de Palo no sólo trata de que sus miembros ejerzan como notables amantes de la buena mesa, sino de que difundan igualmente desde sus diferentes responsabilidades profesionales las bondades saludables, gastronómicas y terapéuticas de la cocina que se oficia en la geografía española con aceite de oliva virgen extra, y pretende ser también un agente dinamizador de las investigaciones y los estudios sobre el aceite de oliva virgen extra, en particular y, de forma general, sobre la Cultura y la Dieta Mediterránea.

¡Y sin desfallecer seguimos con la esclavina y el mandil puesto!

© José María Suárez Gallego

Publicado el viernes 27 de enero de 2023 en Diario JAËN

De Olavide a Olavidia

Pasado mañana, domingo, comenzamos un 2023 cargado de expectación, incertidumbre e ilusión, los tres ingredientes básicos de los que están hechas todas las nocheviejas las uvas de las doce campanadas.

            Para la tierra en la que vivo, la Olavidia ilustrada con la que soñó el intendente Olavide para sus colonos centroeuropeos, en este año se conmemoran tres efemérides que forman parte de los referentes de lo que hemos sido, somos y pretendemos seguir siendo como territorio y proyecto de futuro.

            En la primavera conmemoraremos el cuarenta aniversario de la celebración del Primer Congreso Histórico sobre Nuevas Poblaciones. Un grupo de jóvenes entusiastas (cuarenta años menos que hoy, evidentemente) se pusieron manos a la obra para que con rigor científico y mucho entusiasmo,  se pudiera contar la historia de nuestra presencia aquí. Las aventuras y desventuras de aquellos que levantaron nuestras casas, cultivaron nuestros campos, canalizaron nuestras fuentes, abrieron nuestros caminos, tendieron nuestros puentes, parieron nuestros vivos y enterraron nuestros muertos. Todo ello sin abandonarse al fácil chauvinismo, sin descuidar el rigor científico y de la forma más honesta posible.

            Nueve congresos se han llevado a cabo desde entonces sobre la historia, la arquitectura, el urbanismo, la sociología y la cultura tradicional de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y Andalucía. Miro hacia atrás y veo todos los que ya nos faltan y recuerdo la cita de Andy Warhol “La idea no es vivir para siempre, la idea es crear algo que sí lo haga». Cuarenta años después aprecio que todos ellos (citándolos uno a uno correría el riesgo de que se me olvidara injustamente alguno) siguen vivos en lo que construyeron y en el compromiso aprendido de que más que llegar a maestros se trata de no dejar de ser aprendiz cada día. Miro atrás y con emoción compruebo que tristemente ya no están físicamente entre nosotros ¡pero siguen vivos en sus obras, sus textos y en nuestros recuerdos!

Los congresos sobre Nuevas Poblaciones han sido, y esperamos que lo sigan siendo en el futuro, el vértice en el que se ha mantenido en equilibrio la aportación académico-universitaria, la voz popular y el apoyo de la administración local. De ahí que estos pueblos de historia corta hayan buscado sus señas de identidad a través de estos eventos académicos. Se ha hecho necesario y urgente divulgar sus conclusiones, porque además de sembrar conocimientos se han alimentado raíces que se han ido trocando en ramas y frutos de progreso.

Una vez más me viene a la imaginación la arenga del jefe de la expedición de los primeros colonos que coronaron el Puerto del Rey en Despeñaperros durante el duro invierno de 1767: “¡Cuanto más arrecie la tormenta y sintáis como truenos los latidos del miedo y del desánimo, anudaos unos a otros por los brazos, levantad la cabeza, y avanzad, avanzad, siempre avanzad, que si alguno se rinde lo llevaréis en volandas y no caerá! ¡Avanzad, avanzad porque os espera el arcoíris!”

La tierra de Olavidia es hoy ese arcoíris de procedencias, idiomas, ideas y sueños por ser realizados. El Fuero fue entonces, y sigue siendo hoy, el arcoíris de esperanzas en una tierra prometida y un mundo mejor después de haber soportado todas aquellas tormentas,  ¡ …y por qué no decirlo, los vientos en contra de los que no soplan a favor de nuestras velas, que haberlos siempre haylos!

Este 2023 conmemoramos también el 35 aniversario de cuando se plantó en 1988, bicentenario de la muerte de Carlos III, una encima en el parque de la Fuentecilla de Guarromán sobre el lecho de tierra de todos los municipios surgidos del Fuero de 1767. Aquella encina campea hoy en el centro del escudo y la bandera de lo que entonces se denominó como la Mancomunidad Cultural de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y Andalucía “Olavidia”.

También en este año que entramos conmemoramos el 120 aniversario de la muerte del Intendente Pablo de Olavide, enterrado en Baeza.

¡El Fuero y Olavidia siguen vivos en 2023,  seguimos navegando en este mar de olivos!

© José María Suárez Gallego

Publicado el viernes 28 de diciembre de 2022 en Diario JAÉN

Pegarle a una mujer

Mira, paisano, tal vez el hombre no le haya perdonado a la mujer la pérdida del Edén. No me habrás de negar que toda la cultura de Occidente se sustenta en los puntos cardinales de aquella mítica leyenda de la manzana y la serpiente. El recelo por la pérdida del paraíso sigue arraigado en la sociedad que soportamos después de siglos de ver y considerar a la mujer como la esclava del dios que todo varón cree llevar dentro. Las tres culturas –la judía, la árabe y la cristiana— que nos han amamantado,  no han hecho otra cosa que pasarle factura a la mujer por el paraíso perdido.

Eso de maltratar a la mujer se ha tomado tradicionalmente a pitorreo. Un motivo de risa fácil de la “grasia sandunguera” que tiene en sí pegarle a una mujer. Recordemos la letra de la pelea en broma de nuestro paisano Juanito Valderrama con Dolores Abril: “No es hombre ni bien nacío / el que ofende a una mujer, / si no le da su querer / y luego la tira al río, /con una piedra en los pies.”

 ¿A que tiene “grasia”, paisano, eso de dar el querer –es decir coyunda sexual– y luego tirarla al río?  Esta otra es más “grasiosa”, si cabe: “Ni pegarle a la mujer, aunque sea mala, /no reñirle ni pegarle, / cogerla por el pescuezo, / con mucha fuerza apretarle, / se quita del mundo un hueso”.

La copla y el flamenco no han hecho otra cosa que hacerse eco del vivir y del mal vivir de la mujer maltratada, eso sí, pero con mucha “grasia”, que es la forma más didáctica de adiestrar a nuevas generaciones de hombres en eso de “pegarle a una mujer”

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El refranero no se queda atrás a la hora de poner a cada uno en su sitio: “El tocino en la olla, el hombre en la plaza y la mujer en la casa«. Así, en el Refranillo de la Alimentación, de Castillo de Lucas, edición de 1940, se puede leer esta perla: «La olla sirve para sacar a la familia adelante y la vara para llevar a buen camino al descarriado, ya fuera hijo o mujer«.

Años más tarde Pepe Blanco elogiaría el cocido, esencia de los valores patrios y salvador de familias modestas, haciendo un acto de fe nacional y de lo «nuestro» y un desprecio de todo lo foráneo: “No me hable usted de los banquetes que hubo en Roma, / ni del menú del hotel Plaza de Nueva York, / ni del faisán, ni de los foigrases de paloma…”

Ironías del destino, el paté de perdiz, encuadrado en los «foigrases de paloma» de Pepe Blanco, es hoy por hoy un plato señero en la gastronomía provincial, sin que por ello se haya renunciado a nuestro santo y seña cultural.

“Demófilo”, seudónimo del padre de Antonio y Manuel Machado, fue un intelectual perteneciente a la Institución Libre de Enseñanza y muy vinculado al estudio de nuestro folklore. Con la ayuda del cantaor Juanelo de Jerez recopiló las coplas anónimas que se cantaban en las reuniones de finales del siglo XIX por la Baja Andalucía. En esa «Colección de cantes flamencos» publicada en 1881, el machismo tradicional está reflejado en letras como éstas, a propósito de la pérdida del Edén:  “Una mujer fue la causa / de la perdición primera; / que no hay mal en este mundo / que de mujeres no venga”. O estas otras: “Cómo vivirán los moros / teniendo tantas mujeres, / si aquí con una nos sobra / «pa» que el diablo nos lleve“. “Con la mujer pasa igual / que con un cortijo a renta, / que la tienes que dejar / cuando no te tiene cuenta”. “Te den un tiro y te maten / como sepa que diviertes / a otro gachó con tu cante”.

Hay muchas más, pero no es necesario seguir para demostrar lo evidente.

Canciones como la «Glosa a la soleá» de Pepe Pinto: “Toito te lo consiento / menos faltarle a mi mare, / que a una mare no se encuentra / y a ti te encontré en la calle”, no hacen más que evidenciar la pasión esquizoide del hombre por la mujer, siempre a caballo entre la madre y la compañera.

A los hombres, paisano, nos sobra necedad para perder por sí solos todos los paraísos posibles. Ese es en el fondo el infierno y la tragedia irremediable de la mujer.

De los del Reggaetón y los negacionistas de esta salvajada hablaremos otro día, paisano.

© José María Suárez Gallego

Publicado en Diario JAÉN el viernes 2 de diciembre de 2022.

Sobre la mala leche

«La lechera». De Johannes Vermeer (Fecha del cuadro 1658-1660)

Tenía mal genio la hermana Sacramento, cocinera de aquel convento de clarisas, cuando se le preguntaba a media mañana qué había de comer para el almuerzo, no dando más respuesta en su santo enojo que un mandilazo en el aire y un lacónico: «Una leche frita en sartén de palo». Cosa imposible a todas luces pues si bien sí hay una forma de pasar la leche por la sartén, habrá de ser ésta de hierro y con buen aceite de oliva virgen extra.

            Todas las culturas han tenido en buena estima la leche, hasta tal punto de que es el hombre el único mamífero que sigue «mamando» de adulto, y si no lo hace de la misma manera que cuando era un niño es sólo por guardar el decoro, aunque no falte quien derroche ingenio para seguir «chupando del bote» pues siempre se  ha oído decir que el que no llora no mama.

            Aun siendo tan apreciada la leche cuando pasa por el gaznate, es muy denostada cuando la pasamos por la lengua que hablamos. Así, es sinónimo agresivo cuando se dice «te voy a dar una leche», o despectivo y sin cuidado cuando se contesta «pues me importa tres leches», o toma el rango de ilustre apellido cuando nos referimos a aquel varón de origen incierto que andaba escaso de vista, un tal Pepe Leches.

            El propio sabio Avicena diría: «Existen entre la leche y el organismo relaciones cuya causa se nos escapa», y sus propiedades beneficiosas han sido reconocidas por todos los más antiguos sabios, los cuales le han otorgado la capacidad de acrecentar la belleza, de enriquecer la memoria y de curar la tristeza. Pero desde que el mundo es mundo y existen ubres, siempre ha surgido el problema de cómo conservarla una vez salida de ellas. Así, el modo más antiguo de hacerlo ha sido salándola y convirtiéndola en queso, para lo cual sumergían en ella el cuajo de un cordero o cabrito metido en una muñequilla. Se obtenía el famoso requesón y el queso fresco que, en nuestros zocos árabes, como dice Ibn Razín, se freía en sartén, sin huevos, y se espolvoreaba de pimienta y canela, o bien se aderezaba con miel y con higos. Cuando se calentaba la leche entera y se retiraba al comenzar a hervir se obtenía de su nata la mantequilla. Y cuenta la leyenda que un joven hijo de Alá, nómada y asiduo compañero de caravanas, al comenzar un viaje, por error llenó la bolsa de cuero de  leche y no de agua. El calor del sol y las bacterias de la bolsa, junto a la sorpresa del viajero que esperaba beber agua, convirtieron el cuajo de la leche en lo que habría de llamarse yogurt, de textura suave y sabor agradable.    

            Pero la cruzada por conservar tan rico alimento no hubo de terminar, y así hemos visto en viejos libros que, si difícil puede parecer freír la leche, tarea más complicada debe ser el destilarla, y ya lo hacían los tártaros con leche gorda de jumenta, la más apreciada, y cuentan las viejas crónicas que emborrachaba como la que más, si bien es cierto que mezclada con vino a partes iguales era muy buena contra la ictericia y contra la calentura cuartana.

            Había tomado los hábitos la hermana Sacramento en Calabazanos, a orilla del río Carrión cerca de Palencia, y al pasar por el convento de Baeza aprendió a conservar la leche con la vieja receta de alguna monja de padres judíos conversos, que seguían viendo en la sartén y el aceite de oliva la mejor forma de huir de la manteca de cerdo. La hermana Sacramento preparaba la leche frita con angelical mano y como postre para los invitados de alta dignidad y para las fiestas de mucho guardar, aunque también la freía en sartén de palo cuando las novicias entre maitines y nonas buscaban su asueto en la cocina haciéndola rabiar por mejor pasar el tiempo.

            Mi apreciada Silvia Peláez, coartífice de ese sueño real llamado Quesos y Besos, capaz de elaborar Olavidia, el mejor queso del mundo, en nuestra tierra, me comentaba lo canutas que lo están pasando los pequeños productores de leche. Y caigo en la cuenta de que la mala leche donde más abunda es en los despachos, lugar al que tristemente no llega la hermana Sacramento repartiendo sartenazos de palo.

© José María Suárez Gallego 

Publicado en Diario JAÉN el viernes 4 de noviembre de 2022

Cibeles, leones y vainilla

Fuente de Cibeles en Madrid


La historia nos engendra leyendas, las leyendas generan mitos, y los mitos hacen parir o abortar a la historia, según convenga.

            Mi buen amigo Odysséas Graham, me dijo hace tiempo que la única forma de que les gustaras a la mayoría de las personas era siendo un helado de vainilla, aun sabiendo que hay gente que no le gusta la vainilla y te pondrá sus pegas.

            Leo estos días que el cuadro que se expone en el Museo del Prado sobre el mito de Atalanta e Hipómenes,  óleo sobre lienzo obra de Guido Reni realizada entre 1618 y 1619, ha sido felizmente restaurado recuperando sus colores originales.

            Esta obra trae a mi memoria la época universitaria en Granada, cuando a pesar de ser de ciencias, acabé recalando en la apasionante playa de la mitología conociendo el mito de Atalanta e Hipómenes, tan presente en nuestra realidad actual.

            El padre de Atalanta deseaba únicamente tener hijos varones, y fue por ello por lo que  al nacer ella la abandonó a su suerte en el monte Partenio. Pudo sobrevivir gracias a que una osa enviada por Artemisa la cuidó y la amamantó, hasta que unos cazadores la encontraron y decidieron criarla. Una vez convertida en una ágil y bella mujer, Atalanta decidió no casarse nunca y mantenerse virgen para consagrarse a la diosa de la cacería y los montes, Artemisa, a quien emulaba con sus acciones. Por ello, Atalanta vivía en el bosque​ y llegó a ser una de las cazadoras más renombradas de la mitología.

Además de estar consagrada a Artemisa, lo que implicaba que debía mantenerse siempre virgen, un oráculo predijo que el día en que se casara sería convertida en animal. Por ello, para evitar cualquier pretendiente, anunció que su esposo sería sólo aquel que lograra vencerla en una carrera; por el contrario, si ella triunfaba, debía matar a su oponente. Aun cuando Atalanta concedía ventaja a sus rivales al comienzo de la competición, ella siempre vencía y les daba muerte.
Así fue hasta que apareció el hombre que logró derrotarla. Este joven, llamado Hipómenes,  consiguió obtener la mano de Atalanta gracias a un ardid: llevaba con él unas manzanas de oro que le había regalado Afrodita, diosa del amor, y que procedían del jardín de las Hespérides. Cada vez que la joven iba a darle alcance en la carrera, Hipómenes dejaba caer una de las manzanas, que Atalanta se detenía a recoger hechizada por su mágica belleza. Mientras ella se distraía con cada manzana que caía, el joven logró llegar antes a la meta.

La pareja, muy enamorada, vivió feliz durante un tiempo, compartiendo cacerías y aventuras. En una de estas ocasiones, los esposos entraron en uno de los santuarios de Cibeles y disfrutaron allí de sus pasiones amorosas. A Cibeles, enterada de ello, no le gustó lo que ella entendió como una profanación, montó en cólera ante tal sacrilegio y los transformó en dos leones, que son precisamente los que tiran de su carro, como se ve en la famosa fuente de Madrid, condenados a estar juntos, pero sin verse las caras. Por eso un león mira a la izquierda y el otro a la derecha, aunque tiren juntos del mismo carro.
Hay que decir que los dos leones que custodian las puertas del edificio de Las Cortes, fueron bautizados como Daoíz y Velarde, en honor a los héroes de la guerra de la Independencia. Pero es curioso destacar que uno de los leones carece de los atributos propios de la virilidad masculina. Anécdota que se desconocía hasta el momento  que se procedió a su restauración en 1985. Es por ello por lo que se llegó a creer que fueran de distinto género, pero se descartó tal idea, ya que ambos lucen una frondosa cabellera propia del género masculino. Parece ser que en un primer momento se concibieron como que dichos leones representaban a Hipómenes y Atalanta.

Tampoco estos leones se miran a la cara. Uno lo hace a la derecha y el otro a la izquierda. Lo mismo acabamos todos tirando del carro de Las Cibeles en busca de un helado de vainilla que ponga de acuerdo a nuestras excelsas señorías para mirar juntas a un mismo horizonte llamado realidad española.
 
© José María Suárez Gallego

Publicado en Diario JAÉN el viernes 7 de octubre de 2022

Huevos de septiembre

            Cada año comprobamos por estas fechas que agosto nos ha olido a bronceador, octubre nos ha de oler a alcanfor de otoño, y septiembre siempre nos huele a nuevo. Todo es, o pretende ser, nuevo en septiembre. Es el mes del eterno retorno: Todo final guarda dentro de sí un comienzo nuevo. Siempre ha sido así. Es el mítico dilema del huevo y la gallina, y quién engendra a quién.

En estos días vivimos tiempos de profecías autorrealizadas: El miedo al colapso económico hace que la gente gaste menos, lo que reduce la demanda y aumenta la oferta, y provoca un colapso económico. Ocurre igual con el temor a la guerra que conduce a que la gente adopte comportamientos defensivos o agresivos que, a su vez, producen más violencia y temor. Es el miedo al colapso económico lo que genera el colapso. Es el miedo a la guerra lo que perpetúa la guerra.

Pero hasta que llegue el Juicio Final, prefiero escribir sobre la gastrosofía del  huevo que fue antes que la gallina, o viceversa: Heraclides de Siracusa, que vivió allá por el siglo IV antes de Jesucristo, según referencia de Ateneo, hizo una valoración de los huevos más exquisitos, que son, según él, y por orden de exquisitez, los de la hembra del pavo real, los de la gansa del Nilo, y sólo en tercer lugar los de gallina. Lo que nos pone de manifiesto cuan antigua es la preocupación por hallar bondades en el universo encerrado en el cascarón de un huevo.

            El propio Leonado Da Vinci llegó a hacer la siguiente afirmación, fruto de su talento investigador, e incluida en sus falsas notas de cocina del Códice Romanoff : «Los huevos bendecidos por los sacerdotes saben igual que cualquier otro huevo».

            En la literatura culinaria es recurrente el tema sobre el gusto de monjes y frailes por los huevos, donde lo manifestado por Leonardo Da Vinci al respecto nos viene a poner lo terrenal y lo divino en el justo sitio que a cada cual corresponde. De este modo Alejandro Dumas padre, en sus apuntes sobre la cocina española, fruto de un viaje por la España de la primera mitad del siglo XIX, nos deja escrita la siguiente anécdota ocurrida en una posada a la hora de ir a desayunar:

            «– ¿Quiere usted –le dijo la posadera– un par de huevos para fraile o un par de huevos para seglar?».

            El novelista francés pregunta asombrado, qué diferencia existe, contestándole así la posadera: «– Pues que un par de huevos para fraile se compone de tres huevos, y un par de huevos para seglar se compone de dos.»

            Pero la cosa no habrá de quedar ahí, pues en el siguiente cuento popular andaluz, conocido por la «Docenica del fraile», se nos da otra curiosa referencia sobre un fraile que entró en una huevería para comprar una docena de huevos, diciéndole de esta manera a la dueña:

            «Como son para personas distintas me los va a despachar por separado, de la forma siguiente: Para el padre prior, media docena, y apartó seis; para el hermano portero me encargó un tercio de docena, y separó cuatro, agregándolos a los otros, y para mí, que soy más pobre, un cuarto de docena, y procedió a apartar tres más, que añadió a los anteriores. Total, que si hacemos la cuenta son seis del prior, cuatro del portero y tres del fraile, igual a trece huevos. El buen hombre pagó su docena y se fue.»                 

            Viendo, pues, que tanto los huevos benditos como los que no lo están saben lo mismo, pero valen más baratos si son para sartén de convento al entrar uno más en la docena, el cancionero popular nos da fe de la mayor o menor longevidad de las viandas, sean vianda celestial o pitanza terrenal: «Toma el huevo de una hora, / el pan, de aquel mismo día, /el vino, que tenga un año / y algo menos la gallina»-

            Deseoso pues de que llegue octubre y así podamos comprobar si la gallina de septiembre ha puesto el huevo del futuro, o si, por el contrario, el huevo de septiembre se le va a atragantar a la gallina del presente.

            Por si acaso he anotado que hay que comprarle una calculadora al fraile para que los huevos y sus docenas nos cuadren en septiembre, a pesar de su borrón y cuenta nueva.

© José María Suárez Gallego

Publicado en Diario JAÉN el viernes 9 de septiembre de 2022

Los justos y los cabales

Entrega de la XXIX Edición de los Premios Nacionales Cuchara de Palo, en Linares.

Hay quienes dicen que en estos tiempos que corren todos queremos estar en el mismo sitio y hacer la misma cosa a un mismo tiempo. ¡Cosas de las redes sociales y el “online”! Tenemos la sensación de vivir agolpados como abejas en un enjambre, más que en una colmena. Es por ello por lo que suelen decir los poco dados a bullas y achuchones que «uno, es soledad; dos, son compañía; y tres… una multitud«. Que aún sigue vigente, según se ve, aquello que siempre se ha tenido por verdad: «que la mucha gente ni para la guerra es buena«.

Y al hilo de esto cabe preguntarse cuál es el número más adecuado de comensales que han de sentarse juntos a compartir una comida y su tertulia. Y ciertamente no es fácil dar una respuesta, aunque la más sorprendente que he oído es la que se suele dar en el mundo del Flamenco: «Deben estar los cabales«, que es lo mismo que dejar la pregunta sin contestar y sujeta a las circunstancias del momento: «Deben estar los que tienen que estar«, es decir: Los cabales. Ni uno más ni uno menos. Y no deja de ser curioso que de lo primero que es sinónimo cabal es de justo, pero también de aquello que es excelente en su clase y en su género. Por tanto, para el mundo del Flamenco, en una reunión, incluidas las que tienen por herramientas la cuchara y el tenedor, deben estar todos aquellos que como el tradicional «Antón pirulero» tengan juego que hacer y que dar: Unos poniéndole voz al sentimiento del cante, otros bordando notas en la guitarra, otros jaleando al personal, y los más derrochando la armonía de sus silencios.

            Esta misma pregunta se la hicieron también tanto los hijos de la Roma Imperial, como los griegos de la culta Atenas, movidos por la preocupación de llevar su esmerada perfección al arte de comer juntos, pero no revueltos, y ellos, tanto unos como otros, llegaron a la conclusión de que el número óptimo era aquel que superaba el número de las Gracias, pero no pasaba el de las Musas. Es decir, entre tres que son las gracias, y nueve que son las musas. O lo que es lo mismo, entre tres y tres veces tres.

            Los viejos mitos y el peculiar juego del número óptimo de comensales, vienen a poner de manifiesto los temas de conversación más propicios para acompañar una buena comida, en la que  la política, la religión y el forofismo deportivo, desde siempre, según se ve, han brillado por su ausencia, a pesar de las olimpiadas de entonces, las de la vieja Olimpia, la lucha greco-romana, las carreras de cuadrigas, los bravos gladiadores, las movidas del Senado Romano y el culebrón sentimental de los dioses del Olimpo. No ocurre así con el planeta taurino, que desde el lejano y antañón Minotauro y aquellos acróbatas cretenses que saltaban sobre los cuernos del toro, parece estar tocado por la musa de las tres Gracias y la gracia de las nueve Musas, como corresponde a todo arte tenido por grande.

            Esta misma pregunta fue contestada en las postrimerías del siglo XIX por el marqués de Valdeiglesias, director del periódico La Época, quien nos dejó escrita la siguiente receta para lograr una buena comida en todos sus aspectos: «Pocos platos, pero bien hechos, y pocas personas, pero bien avenidas. Convidados que paguen en ingenio la hospitalidad que reciben, porque a la gente no se le convida a comer para que esté callada«.

            Vemos, por todo lo dicho, que no es fácil saber si alrededor de una mesa están todos los cabales, o son todos los justos. Pero entre unos y otros hay que tener siempre presentes a los que ya no pueden estar, pero estuvieron, cuya ausencia se nota como presencia siempre.

Al respecto, mi abuelo Paco, para mejor entender la rosa de los vientos tabernarios, me decía: “Toma, siempre que puedas pagarlo, vino del mejor, pero nunca te lo tomes con un “gilipollas” porque seguro que te lo echará a perder”. ¡Y eso no se lo merece ni tú, ni el peor de los vinos!

Los justos y los cabales siempre saben los intríngulis de la geometría del saber estar (tres veces tres), en la que se retuerce la esencia de un refrán: : “Dime con quién andas… Y te diré si voy”.

© José María Suárez Gallego

Publicado en el Diario JAÉN el viernes 19 de agosto de 2022

Poscultura y posverdad

El Diccionario de la Real Academia Española nos define  la cultura, en su cuarta acepción, como el “conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época o grupo social, etc.

Pero no nos llamemos a engaño, el término cultura pese a que ennoblece el significado de las palabras que acompaña, a veces no es más que un maquillaje que  esconde todo lo contrario de lo que se pretende aparentar. Así, tras la parafernalia de la “cultura del reggaetón”, por poner un ejemplo, suelen esconderse más intolerantes y retrógrados que los que buscan su acomodo en el mundo de las camisas blancas y las corbatas de seda, más proclives a tener una mentalidad más carca y conservadora. Del mismo modo, la llamada “cultura del botellón”, aquella que tira por tierra las esencias de nuestra “cultura tabernaria”, lo que de verdad se esconde es una partida de desaprensivos que de forma descarada hacen su agosto vendiendo impunemente bebidas alcohólicas a menores desde una tiendecilla de chucherías abierta a todas horas. Curioso país el nuestro, tan poco dado a leer, en el que las disposiciones legislativas se exhiben en carteles con el ánimo de que se lean a sabiendas de que no van a ser cumplidas. De forma paradójica las administraciones públicas sancionan más, en realidad, no tener colgado el cartelito avisando que está prohibido vender bebidas alcohólicas y  tabaco a los menores de 16 años, que la circunstancia de que se las expendan. Esta inutilidad cartelaria fue llevada a la cumbre de los atentados a la libertad de expresión cuando antaño, en tiempos en los que no se consentía más cultura que la oficial, se pusieron en las tabernas aquellos demoledores carteles de “se prohibe el cante”, elevando el Flamenco a la categoría antihigiénica del esputo, pues también estaba “prohibido escupir” y sobre todo “hablar con el conductor” en los autobuses.

Caso análogo ha ocurrido desde los años sesenta del pasado siglo en los que comenzó el desprestigio de la boina, con los carteles que propician la “cultura de la prevención de riesgos y seguridad en el trabajo” y que se exhiben en las obras avisando de que es “obligatorio el uso del casco”, cuando éste sólo se lo suelen poner los gerifaltes que las visitan con el único ánimo de salir en la foto –siempre ridícula, por cierto, pues a algunos les sienta el morrión protector como a san Efrén el Sirio una magnum parabellum de 9 milímetros colgándole del cíngulo de su santo hábito de doctor de la Iglesia–. Tras la “cultura de la solidaridad” también se esconde mucho bucanero al frente de algunas ONG fantasmas que hacen de las guerras, los terremotos, las inundaciones, los huracanes, el hambre, y la muerte que las desgracias colectivas siembran, un negocio rentable de la sensiblería popular. ¡Por supuesto que ONG honestas haberlas haylas, y a las más conocidas de todos me remito!

La “cultura olivarera” también está sujeta a la paradoja de la  “poscultura de la posverdad” que profesan los genios del “dame pan y dime tonto” que han sabido apropiarse del olivo y sus plusvalías dejando la cultura para los poetas, los historiadores, los cronistas, los periodistas cabales, los idealistas sin partido, los partidos sin pesebre, los pesebres sin alfalfa de los que dan el callo por su tierra sólo por amor al arte, y sobre todo para los que invertimos las mañanas de los domingos escribiendo paridas como ésta a modo de clamor inútil en un desierto paradójicamente poblado de olivos como gritos, que inconcebiblemente callan cuando cantan las chicharras de la descultura, neologismo para expresar el acto de fomentar el desaprendizaje desde la mentira que es la desverdad.

Con los avances tecnológicos de la información, la posverdad es todo aquello que parece verdad sin serlo, lo mismo que pasa con la poscultura. Hemos entrado de lleno en la era de la “descultura de la desverdad”, o  de la “poscultura de la posverdad”. La gran pegunta es cómo y en qué condiciones vamos a salir de ella.

© José María Suárez Gallego

Publicado en Diario JAÉN el viernes 22 de julio de 2022