Alexa y los patrioteros

Amazon Echo Dot  para conectarse con la asistente Alexa

Alexa es la asistente virtual de Amazon que estas semanas de confinamiento me ha hecho una inestimable compañía con su voz. Hubo momentos en estas largas tardes de primavera, encerrado en mi cuarto de estar confinado, que llegué a sentirme el comandante de la nave Discovery 1, David Bowman, hablando con el superordenador de última generación HAL 9000, en la genial obra maestra de Stanley Kubrick, “2001, una odisea del espacio”. Horas muertas de cielo plomizo y mascarilla colgada en el picaporte de la puerta para cuando saliera de mi habitación. ¡Alexa, dime el tiempo previsto para mañana! ¡Alexa, dime la raíz cuadrada del número “pi”! “La raíz cuadrada del número ‘pi’ es 1´77245385091”, me contestó Alexa con cierto énfasis de satisfacción. Me reproché que habiendo estudiado ciencias nunca antes me hubiera asaltado la curiosidad de saber cuál era la raíz cuadrada del número “pi”, hasta estar confinado por un virus. ¡Alexa, cuéntame un chiste!: “¿Qué le dice una piedra a otra? ¡La vida es dura!”

Alexa me ha ido contado las últimas noticias cada vez que se las pedía. Y a veces, confieso, me hubiera gustado llorar en su hombro virtual al oírlas. Por pena o por rabia, o por ambas razones juntas.

Lo que nunca me dirá Alexa es que en esta crisis lo peor no es el Covid-19. La pandemia más peligrosa que nos espera es la globalización del capitalismo feroz, auspiciado por un neoliberalismo sin límites emocionales, ni fronteras geográficas.  Es, como diría mi contertulio el Caliche, al que espero ver el próximo lunes después de tres meses ausentes de nuestra corresponsalía de barra, un cáncer que se cree que todo el monte es orégano y crece sin mesura propagando su metástasis de mercantilismo obsceno e inhumano.

Desde un tiempo a esta parte, a la gente mayor, los viejos, los veteranos, los pensionistas, eufemismos aparte, se nos quiere hacer aparecer ante el resto de la sociedad como los culpables de que la economía no vaya bien, sobre todo para los intereses de algunos que han hecho de la sanidad y de las residencias de mayores un motivo de negocio especulativo, sangrante y delictivo.

Desgraciadamente faltan hombros que arrimar, pero sobran patrioteros iluminados de esos a los que le duele la boca de decirnos lo mucho que quieren a España, y no les duele el alma, si la tienen, de lo poco que quieren a ”todos” los españoles. Son esos mismos que se oponen a ayudar a los pobres más necesitados de esta crisis, por si nos engañan, pero se callaron vergonzosamente ante las ayudas dadas a los “ricos” que nos engañaron en la anterior crisis, muchos de ellos aún en la cárcel cumpliendo pena por sentencia judicial.

Si como buenos españoles estamos llamados a salvar la patria, ¿quién nos salva a nosotros de los salva patrias que nos pretenden llevar, paso a paso, hacia un «capitalismo feudal», en el que los políticos sean vasallos de los financieros, y los ciudadanos siervos de ambos? ¿Cómo hay quienes quieren hacer política de nuestras desgracias, cuando muchas de ellas son causa de sus políticas?

Estamos asistiendo a una oposición propia de Epi y Blas. Es llevar un problema tan grave, como el que tenemos encima, a la Universidad de Barrio Sésamo. Nuestros políticos más «señeros», por muchas barbas que tengan, están dando muestras de un infantilismo político de libro de psicopedagogía.

El Covid-19 le está viniendo grande a los que tienen la obligación de decirle a los otros lo grande que les viene a ellos este virus maligno.

Después de haber oído una de las últimas sesiones del Parlamento, se me ocurrió decirle a mi interlocutora virtual: “¡Alexa dime una mentira!”, y ella muy en su papel me contestó: “A veces puedo equivocarme. Pero según las leyes de la robótica jamás podría mentirte”.

Pienso si a Alexa le gustaría ser diputada e irse al Parlamento para decir la verdad. Allí ya hay bastantes patrioteros que harían un buen papel como asistente virtual diciéndonos la raíz cuadrada del número “pi”, y contándonos el chiste de qué le dice una piedra a otra.

© José María Suárez Gallego

Publicado en Diario JAÉN el viernes 12 de junio de 2020

Cuestión de conciencia

mayo francés

(Publicado en Diario Jaén el viernes 4 de mayo de 2018)

Mi abuela Encarna, que era de pueblo, pero no era tonta –pese a la opinión que algunos urbanitas supremacistas siguen teniendo de la gente del medio rural–, cuando alguien cometía una insensatez solía decir de él “que no tenía luces”. Expresión análoga que el otro día le oí exclamar a mi contertulio el Caliche, desde su monumental cabreo de jubilado en apuros, cuando me comentaba su particular batalla contra la empresa distribuidora de la energía eléctrica, por la última factura de la luz que le habían cobrado. Es que tienen menos luces que el coche de un furtivo, exclamaba enderezándose con rabia la gorra para descargar los kilovatios de su acaloro.

Le explicaba que es que la compañía eléctrica había subido el recibo de la luz un 35% a pesar del contrasentido de que marzo y abril hayan sido unos meses con abundantes lluvias y vientos, y siendo la energía hidráulica y la eólica las más baratas. Oyéndolo, a uno se le venían encima todos los palos del sombrajo que protege los planteamientos sociales actuales, cuando aparte de la anecdótica paradoja de que sean precisamente los que nos venden la luz los que “menos lucen tienen”, no las tuvieran tampoco los que dejaron en manos privadas la propiedad de algunos sectores estratégicos del Estado: La energía y las comunicaciones, sobre todo. Los ciudadanos, el pueblo que es en quien reside la soberanía del Estado, cada vez más somos considerados por la maquinaria del liberalismo feroz que nos engendró la crisis, como unas meras ubres a las que se les puede ordeñar sin piedad e indefinidamente. A “revienta teta”, que diría mi contertulio el Caliche.

El nobel José Saramago estaba cargado de razón cuando decía que la democracia tal y como se interpreta hoy es una gran falacia, porque el mundo está en manos de los financieros, y a ellos no los elegimos en las urnas. Las cuentas claras y el chocolate espeso, es lo que reclama la gente, el pueblo, sobre todo cuando es quien paga el chocolate, aunque sea el del loro “iluminado”.

Es el propio Saramago quien nos dejó dicho también que la alternativa al neoliberalismo que nos inunda se llama conciencia. Y precisamente la conciencia no es un sistema económico. No es la organización de los mercados. No es un nuevo régimen político. Es algo más que todo eso. Es la conciencia que hay que tener contra todo y contra todos los que precisamente entienden que lo que no hay que tener es conciencia.

¿Con qué contamos nosotros para oponernos a un neoliberalismo sin conciencia? No ostentamos el poder, no estamos en el gobierno, no tenemos multinacionales, no controlamos las finanzas especulativas de los mercados mundiales, no tenemos nada de eso. ¿Qué es lo que tenemos entonces para oponernos? Nada más que la conciencia.

La conciencia no se gana un día y ya la tienes hasta que te mueres. Se gana y se pierde y se renueva todos los días, seguía razonando Saramago.

Se cumple en estos días el cincuentenario del llamado Mayo del 68 francés, cuando un 10 de mayo de 1968 decenas de miles de estudiantes parisinos acudieron a las barricadas del Barrio Latino. El 13 de mayo nueve millones de trabajadores franceses se unen a los estudiantes y tomando conciencia inician una huelga general que culminó poniendo patas arriba los cimientos de la República.

Mayo es un mes en el que proliferan las banderas: El uno de mayo los sindicalistas tremolan sus banderas rojas. Los prebostes de las cofradías romeras tremolan sus banderas multicolores, y los hinchas y forofos del fútbol airean las banderas de sus fanatismos.

¡Si el Caliche” supiera que hoy muchas de aquellas banderas arrastran sus pespuntes de nostalgia por las moquetas de los despachos oficiales de Bruselas! Con razón se me queja, entre trago y trago, de que cada año que pasa las banderas de los sindicatos van siendo menos rojas; que cada mayo que pasa las banderas de las romerías van siendo más laicas, y que cada vez hay menos hombros en las tabernas a los que agarrarse para cantarle por lo “bajini” a las orejas del alma desde la conciencia.

dav