Elogio de los «telecos»

Escuela Politécnica Superior de Linares

Muchas veces, en este paridero de ideas y de textos en el que me paso muchas horas solo enfrentándome al blanco absorto de una cuartilla muerta (cuartilla digital, se entiende), no oigo otra voz que la de Alexa cada vez que le pregunto por el tiempo que va a hacer mañana, o le pido que encienda la calefacción, o me diga el número premiado en el cuponazo del viernes.

            Hay veces que, por pasar la cadencia de las horas muertas, e instalado en la actitud existencialista de que ya no es necesario el fuego eterno porque el infierno son los otros, le pregunto: “Alexa, dime que te parezco”. Y ella desde su corazón de microchip me responde: “Eres lo más. Me flipan tus preguntas”.

            Las comunicaciones hoy en día son la leche (leche desnatada, a ser posible) gracias a los “telecos”, esto es, a los ingenieros de telecomunicación.

            Confieso que siento admiración por los ”telecos”, pues uno me dio la vida, mi padre, y otro me ha hecho abuelo, mi hijo. Y de cada cual me siento orgulloso porque nunca consintió uno, ni ha consentido el otro, que me quedara obsoleto o desfasado ante las tecnologías de mi tiempo para estar comunicado con el mundo.

            El viernes pasado asistí en la Escuela Politécnica Superior de Linares al acto por el cual mi buen amigo y compañero de la Orden de la Cuchara de Palo, el profesor Sebastián García Galán se presentaba ante la comisión evaluadora para ser catedrático de universidad.

            Asistimos a la exposición impecable de su curriculum docente y de investigación impecable. Y antes de exponer su proyecto de basado en investigaciones de bio tecnología aplicada a las enfermedades producidas por arritmias cardiacas y enfermedades respiratorias,  me di cuenta de lo poco qué sabemos de lo que hacen los “telecos”, más allá de los teléfonos móviles e internet.

            Entre ambas intervenciones, el presidente de la comisión de evaluación, el profesor Nicolás Ruíz, catedrático de Teoría de la Señal y Comunicación, junto al resto de los catedráticos en la materia que lo formaban, promovió un debate para que el aspirante a catedrático “se mojara”, amparado en que un catedrático debe dar soluciones desde la universidad teniendo un criterio propio sobre las soluciones que da.

            Una de las cuestiones suscitadas es si han sabido vender los “telecos” su trabajo en tiempos de la pandemia, o se ha diluido entre otros colectivos más visibles.

            ¿Qué sería de nuestra sociedad sin las telecomunicaciones y sin los que las diseñan, las investigan y las hacen posible?

            ¿Qué seriamos sin internet, sin Whatsapp, sin Facebook, sin Twitter, sin Instagram, sin Tik-tok?

            ¿Qué serían de nuestros mayores en la soledad completa, que dice el Himno a la Alegría, de las residencias de mayores en la pandemia?

            ¿Qué sería de la navegación aérea, de la que mi padre formó parte desde los años cuarenta del pasado siglo?

            ¿Qué sería de los servicios de emergencia y del teletrabajo?

            ¿Qué sería de la telemedicina, aunque quieran privatizarnos la sanidad pública?

¿Qué sería de la compañía que le hace la radio a tanta gente en soledad?

            ¿Qué sería de la prensa digital, aunque a veces diga muchas mentiras?

            ¿Qué sería de los que pese a todo dicen tantas verdades en las redes sociales, y de los que dicen tantas mentiras y se las consentimos?

            ¿Qué seria de los blablacar y de los viajes comunitarios de estudiantes?

            ¿Qué hubiera sido de Neil Armstrong cuando frente a la puerta del módulo lunar y al bajar la escalerilla pronunció aquel 20 de julio de 1969, la célebre frase: «Es un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad» que oímos todos?

            Evito hablar de las guerras y las injusticias retransmitidas en directo como si fueran películas de los sábados por la tarde.

            En 1973 mi padre me regaló un aparato de radio que tenía onda corta. Con el que pude seguir el sufrimiento de muchos chilenos bajo Pinochet. Cincuenta años mas tarde mi hijo todos los días hace una video llamada desde Chile para que veamos a nuestra nieta.

            Muchas gracias “telecos”, sin vosotros el mundo no sería igual, e incluso hasta peor.

© José María Suárez Gallego

Publicado en Diario JAÉN el viernes 24 de febrero de 2023

Cucharas de Palo 2023

La Muy Ilustre y Noble Orden de los Caballeros de la Cuchara de Palo nació oficialmente en Guarromán un diez de marzo de 1990, aunque su protohistoria hay que situarla el día de Nochebuena de 1983, que fue cuando sus primeros miembros comenzaron a reunirse evocando una tradición de los colonos alemanes y suizos que repoblaron Sierra Morena. Sus antecedentes hay que buscarlos en el siglo XVIII, cuando en 1767 con la promulgación del Fuero de Población por el rey Carlos III, se crearon las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena, la llamada tierra de Olavidia, entre las que se encuentra Guarromán, la Carolina, Carboneros etc., con colonos venidos en su mayoría de Centroeuropa (Alemania y Suiza), y algunos otros de Galicia, Cataluña y Valencia.

Se pretendió entonces hacer una sociedad modelo de agricultores, en la que se reconocía por primera vez el derecho a la enseñanza primaria de los niños, y el reconocimiento al trabajo de la mujer, así como el derecho a elegir por votación a los alcaldes de cada departamento, los cuales hacían también funciones de jueces de paz.

Esta elección tenía lugar cada 24 de diciembre a las tres de la tarde, en casa del alcalde saliente, pues el cargo tenía una duración de un año que comenzaba a regir desde el día uno de enero. Cada día de Nochebuena, a las tres de la tarde, acudían los cabezas de familia a elegir a su alcalde, y por ser día tan señalado y víspera de festivo,  aquellos agricultores de olivos estaban dispensados de las faenas agrícolas durante esa tarde, por lo que después de haber votado se quedaban a comer en casa del alcalde saliente, quien invitaba a los 10 o 12 cabezas de familia de su departamento, como acto de buena vecindad y anticipando la tradicional cena de Nochebuena.

El día uno de enero todos los alcaldes elegidos eran invitados en su palacio a una comida por Pablo de Olavide, superintendente y artífice de las Nuevas Poblaciones, según consta Archivo Histórico Nacional  (Inquisición, leg. 1.862, nº 14)

Cumplimos ahora treinta tres años de existencia formal e ininterrumpida, y haremos entrega mañana en Linares de los galardones correspondientes a la edición de este año de los Premios Nacionales Cuchara de Palo, que han recaído en los siguientes personajes e instituciones:

A la Indicación Geográfica Protegida IGP Aceite de Jaén, que preside nuestra apreciado exrector y maestro en eficiencias, el catedrático (y muchas cosas más) Manuel Parra Rosas.

Al Parque Natural Despeñaperros por su peculiar y excelente gastronomía del zaguán de Andalucía, premio que recogerá María José Lara Serrano, Delegada territorial en Jaén de la Consejería de Sostenibilidad, Medio Ambiente y Economía Azul, de la Junta de Andalucía, en representación de todos los que hacen posible cada día. 

Al maestro cantaor de flamenco y artista andaluz de los de quitarse el sombrero, José Mercé.  

A Javier Zafra por su documentado libro “Sabores de Sefarat” en el que se ponen de manifiesto los secretos de la gastronomía judeoespañola,

A Felipe Reyes, histórico y laureado jugador de baloncesto español, vinculado con Jaén, que siempre ha dado muestras del deporte como un referente de valores éticos para los más jóvenes.

Al escritor y periodista Antonio Pérez Henares, presidente de la Asociación Nacional de Novela Histórica.

Y a Íñigo (Pérez) Urrechu, chef del Restaurante Zalacaín, primer restaurante en España que obtuvo una estrella Michelin.

En la actualidad la Orden de la Cuchara de Palo no sólo trata de que sus miembros ejerzan como notables amantes de la buena mesa, sino de que difundan igualmente desde sus diferentes responsabilidades profesionales las bondades saludables, gastronómicas y terapéuticas de la cocina que se oficia en la geografía española con aceite de oliva virgen extra, y pretende ser también un agente dinamizador de las investigaciones y los estudios sobre el aceite de oliva virgen extra, en particular y, de forma general, sobre la Cultura y la Dieta Mediterránea.

¡Y sin desfallecer seguimos con la esclavina y el mandil puesto!

© José María Suárez Gallego

Publicado el viernes 27 de enero de 2023 en Diario JAËN

Juanito el barbero de Linares, (in memoriam)

Juan Argudo (el segundo por la derecha) con el maestro Antonio Ordoñez y el premio Nobel de Literatura Ernest Hemingway, en la plaza de toros de Linares.

Me contaba Juan Argudo, el barbero de Linares, a quien el universal maestro de la guitarra Andrés Segovia le dio el honroso titulo de «arquitecto de mi cabeza» por ser su peluquero, que el insigne concertista compartió en Madrid durante sus años mozos una tertulia a la que acudían entre otros el poeta Federico García Lorca, el pintor Salvador Dalí, el poeta y pintor Rafael Alberti y el director de cine Luis Buñuel, cuando éste último, en la Residencia de Estudiantes, fundó el primer cine-club de España, allá por el comienzo de los años veinte del pasado siglo XX. De ellos, el que no era perito en lunas, como habría de decir el poeta Miguel Hernández, lo era en estrellas, pero todos fueron diestros en atrapar el tiempo, que no en vano a Dalí se le derretían los relojes en sus pinceles. Tan ilustre tertulia recibió el nombre de «Malditas sean las prisas».

Una vez al mes acudía, sin prisas, al sillón de su barbería, junto al cual llevaba Juan Argudo desde los ocho años, precisamente desde cuando su padre, ante la alternativa de mandarlo como «niño de carga» a los terreros de las minas, como tantos niños mineros de la posguerra, prefirió que fuera aprendiz con un sacamuelas de la céntrica calle de Los Riscos, pensando que al menos allí encontraría un techo para la lluvia del invierno y una sombra para el sol terrible de los verano del sur. Más de cincuenta años llevaba Juanito -que, además de barbero, fue en otros tiempos un novillero valiente- siendo el arquitecto de las cabezas de Linares y de casi todos los toreros que por ella han pasado

No fue casualidad que a la primera corrida a la que lo llevara su padre fuera aquel 28 de agosto de 1947 cuando el toro «Islero» mató en Linares a Manolete. Pero no es ese hecho el que se le quedó grabado a aquel Juanito que escasamente contaba con diez años de edad, sino el avión que, volando muy bajo por un cielo plagado de las chimeneas de las minas, revolucionó a las gentes al día siguiente de aquella tragedia taurina. Más de medio siglo llevaba Juan Argudo entre la barbería de las Ocho puertas y la del Lugarillo hablando de toros y toreros, de las muchas anécdotas que a tantos linarenses les han acontecido, de aquellos tiempos cuando Linares tenía una sucursal de BanCo del España, y de cuando los tranvías -que entonces eran el progreso- se cruzaban con los arrieros y sus recuas de borricos que venían por las tardes de Sierra Morena con cargas de leña, jaras y lentiscos, el ramón para que ardiera en los hornos de las tahonas linarenses. Y en aquellos años difíciles, entre la leña, venía de estraperlo la carne de gabato o de ciervo viejo en adobo que los furtivos le ganaban a la sierra mientras musitaban por lo «bajini»: «Carne pal hambre ganá con el sudó del hambre»

Yo no sé si habrá una medalla para los que le ganaron la partida al tiempo entre tijeretazo y tijeretazo, y vaivenes de la navaja barbera en el cuero. Yo no sé si con una hojalata de colores podrán pagarse más de cincuenta años de tertulia y de historia a pie de acera, pero por si así fuera, yo la pedí para Juanito Argudo. Aunque la foto junto a Ernest Hemingway y Antonio Ordóñez en el callejón de la plaza torera de Linares -el albero de Santa Margarita- bien pueden valer todas las hojalatas en las que las humanas vanidades sacian sus efímeras glorias. 

Ya no tiene Linares tranvías, ni sucursal del Banco de España, ni arrieros con los que cruzarse ni, afortunadamente, «niños de carga» en los terreros de las minas, pero sigue viniendo la carne de monte en adobo desde Sierra Morena, y Juanito, el barbero, seguía recordando anécdotas como ésta: «Estando próximo a cumplir el maestro de la guitarra don Andrés Segovia los noventa años vino a Linares y, como siempre, fue a visitar el santuario de la Patrona, Nuestra Señora de Linarejos. Tomás Reyes Godoy, quien hubiera sido alcalde, médico y amigo suyo le dijo: «Andrés, pídele a la Virgen que te dé otros noventa años de vida», y don Andrés, socarrón, le contestó: «¿Y quién eres tú para ponerle coto a la Virgen?»

Por algo dirían aquellos ilustres intelectuales de la Generación del 27 lo de «malditas sean las prisas», pero Juan Argudo, en las tertulias, con todo el respeto, le ha llegado a corregir la plana hasta al mismísimo don Matías Prats: «Aquel toro de Domecq que indultaron se llamaba Pomposo, don Matías, Pomposo». Y es que más de cincuenta años hurgando en el albero de las cabezas son un doctorado, de esos que da la vida en el aula magna de la calle, en el pupitre en el que se convierten los mostradores de las viejas tabernas del sur, aquellas donde aún se oyen al son de una guitarra las voces quebradas del tiempo recitando viejos versos

Linares limita al norte
con la taranta,
al sur con un suspiro,
al levante con los toros,
y al poniente con el vino. 

Y en cada taberna tiene
un balcón asomado a un precipicio,
donde vuelan las palabras
como sueños de chiquillo,
donde los poetas sueltan 
las palomas de sus versos,
y los grajos de sus gritos:

¡Oiga, señor!
¡Que no se prohíba el cante!
-y disculpe usted si chillo-

¡Que le perdonen la vida
al bueno del gusanillo!,
ese que matan al alba
los que ahogan su extravío.
Que en esta tierra bebemos
sólo el corazón del vino,
ese que en el aire suena
más que el ruido del martillo
robándole a los barrenos
la gloria de su estallido.

© José María Suárez Gallego

Los cuatro puntos cardinales del Linares tabernario

A mueca la azumbre, Arturo Cerdá y Rico, Don Lope

A mueca la azumbre. Fotografía de Arturo Cerda y Rico. (1906) Publicada en Revista Don Lope de Sosa.

 

Memorias de Tabertulia: Andanzas y pitanzas del prior de la Cuchara de Palo.

 

Linares Tabernario

Linares limita al norte

con la taranta,

al sur con un suspiro,

al levante con los toros,

y al poniente con el vino.

 

Y en cada taberna tiene

un balcón a un precipicio,

donde vuelan las palabras

como sueños de chiquillo,

en el que los poetas sueltan

las palomas de sus versos,

y los grajos de sus gritos:

 

¡Oiga, señor!

¡Que no se prohíba el cante!

-y disculpe usted si chillo-

¡Que le perdonen la vida

al bueno del gusanillo,

ese que matan al alba

los que ahogan su extravío!

¡Que en esta tierra bebemos

sólo el corazón del vino,

ese que en el aire suena

más que el ruido del martillo

robándole a los barrenos

la gloria de su estallido!

 

© José  María  Suárez Gallego

Juan Sánchez Caballero, cronista oficial de Linares, en el recuerdo.

Juan Sánchez Caballero, en el centro, entre quien fuera alcalde de Linares Tomás Reyes Godoy (izq.) y Alberto López Poveda, biógrafo del guitarrista Andrés Segovia.

Juan Sánchez Caballero, en el centro, entre quien fuera alcalde de Linares Tomás Reyes Godoy (izq.) y Alberto López Poveda, biógrafo del guitarrista Andrés Segovia.

Días pasados las Asociación Provincial de Cronistas Oficiales “Reino de Jaén” ha conmemorado el XXV aniversario de su fundación. Fue Juan Sánchez Caballero, ilustre cronista de Linares, quien propugno de forma generosa desde 1986 el nombramiento de cronistas oficiales en los pueblos y ciudades de la Comarca Norte de Jaén y Sierra Morena. Vaya con estas líneas nuestro recuerdo emocionado a este maestro de cronistas que nos dejó hace casi diecisiete años, pero cuyo ejemplo y honestidad perdura aún en nuestro recuerdo.

Hubo alguien, cuyo nombre no acierta a recordar mi torpe memoria, que nos dejó dicho que huérfano era “toda aquella persona viviente a quien la muerte de otro había privado de ejercer la ingratitud filial”. Y en este mundo desquiciado donde sólo es noticiable que la gente no se quiera, donde sólo es mercancía de comunicación vendible el que se explote, el que se maltrate a las mujeres en su propia casa (hogar, amargo hogar), o el que se aísle a los viejos en la soledad de sus muchos años y todas sus carencias, en este mundo, que tarde o temprano nos acabará fagocitando en un sin par festín de paramecios coprófagos, es casi una locura ponerse a escribir de la gente que queremos y que hemos querido a pesar de que la muerte, inevitable compañera de viaje, nos los haya quitado de nuestro vivir de cada día.

La muerte nos robo a Juan Sánchez Caballero, quien además de todo lo mucho y bueno que merecidamente se ha dicho de él, fue ante todo para nosotros nuestro entrañable amigo y maestro como cronista. Hombre en su apariencia menudo como un soplo, que como el pajarillo pardo de la carrera de San Bernardo en la canción de Juan Manuel Serrat, le gustaba volar bajito, a pie de calle, como el gorrión, sintiendo piadosa pena del canario que enjaulado vendió al alpiste su color y su canción, pajarillo pardo revoloteando en sus calles de Linares que nunca envidió el vuelo del águila altiva ni las garras del halcón. Y sin embargo tenía la talla interior de los que pudiendo volar alto guardaba todos los vientos en la sencillez de un soplo. Fiel al viejo adagio de que más enseña el maestro con lo que hace que con lo que dice, descubríamos tras su voz casi apagada todo el torrente de su generosidad y toda la vitalidad de quien ni en sus postreros días perdió su curiosidad investigadora ni dejó aparcados sus proyectos. Decía Pablo Picasso que “cuando se es joven, se es joven para toda la vida”, y Juan Sánchez Caballero en su juventud de espíritu, envejeció junto a su espíritu honesto, al que siempre tuvo como su mejor amigo. En el homenaje que Linares le tributó cuando leyó su discurso de ingreso en el Instituto de Estudios Giennenses, sólo unos meses antes de su muerte, nos dio la clave de su talla humana y espiritual: “Sólo aspiro en la vida a que cuando sea llegada la hora de ajustar cuentas con Dios, no tenga nada por lo que sonrojarme”. Y el día que lo llevamos a la tierra sólo se sonrojó el cielo en el atardecer de un aciago día de finales de noviembre, cuando se nos murió el  maestro Juan  en el regazo de todos nuestros proyectos.

Después de haber compartido con él congresos de historia,  sesiones de trabajo en instituciones donde coincidíamos como miembros, mesa y camino, donde por no conducir él tuve la oportunidad de llevarlo de compañero de viaje,  hoy me sigo sintiendo huérfano de un amigo y un maestro, sin saber a cierta si con unas lágrimas no reprimidas y con estas líneas se le podrá pagar a nuestro maestro Juan todo cuanto de bien nos hizo.

(@suarezgallego)

Publicado en el Diario JAÉN el sábado 14 de junio de 2014