Macondo se mueve

Como cada domingo último de marzo ya nos han vuelto a cambiar la hora. Argumentan  los que parecen que saben de estos temas que se hace por motivos de ahorro energético, precisamente en unos tiempos en los que tenemos que estar pendiente del precio de la luz y de un reloj para poner la lavadora y no arruinarnos por ser excesivamente limpios. Aunque en el universo de la  tertulia tabernaria en la que me pierdo un rato cada día, hemos llegado a la conclusión de que lo que se pretende con tal medida es jeringarle los biorritmos a nuestras geometrías corpóreas. Y la verdad es que no tienen miramiento ninguno estos eurocrátas, porque nosotros –a los que ya las nieves del tiempo nos han plateado el bigote–, acabamos adaptándonos pronto a la nueva hora de nuestra «ligá» diaria, y a ese primer vino que nos entra a trasmano por venir con horario de Canarias, pero la medida va en contra  de esos angelitos de Dios, inocentes lactantes,  que saben desde el claustro materno que la teta de madre –por donde  les llega el yantar diario– no tiene un reloj temporizador como el riego por goteo que pueda cambiarse a golpe de decreto de los burócratas de Bruselas.

He echado cuentas grosso modo y resulta que en España según el Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía (IDAE), el cambio de hora permite reducir en un 5% el consumo eléctrico en luz, lo que equivale a 300 millones de euros al año, entre viviendas y empresas. El IDAE también calcula que cada hogar se ahorrará una media de seis euros al año, que nos da para tres litros de gasoil y poder ir a comprar el periódico en coche al quiosco más lejano de la ciudad un par de domingos al año.

Así es que el domingo me fui al bar, y cuando el reloj –estrenando hora “nueva”– nos decía que era el momento de la tertulia tabernaria con sus vinos y sus tapas, el cuerpo me estaba pidiendo unas tostadas de aceite virgen extra con un café con leche. Y sin pensarlo dos veces se las pedí a mi tabernero de cabecera, que si bien  es sabido ya que el tiempo es relativo –como decía el sabio Einstein– las gazuzas son siempre verdaderas y crean desasosiego de tripas, como predica mi contertulio el Caliche cuando nos retrasamos en la diaria cita para ejercer de corresponsales de barra. Así es que con las tostadas dando destellos de verde oro a mi derecha, el café con leche humeante a mi izquierda, entre ambos desplegué el Diario Jaén del domingo. Veníamos en él a toda plana los de la Cuchara de Palo, recién entregados nuestros premios el día anterior en Linares. Con cuya lectura  pude ganarle  la hora que nos había sido quitada el domingo en pos del ahorro energético. Tuve así la oportunidad de ver escrito y con imágenes la preocupación que existe en nuestra tierra por el adelgazamiento paulatino de los presupuestos de nuestros más nobles y necesarios baluartes de referencia para despegar de una puñetera vez.

Y he de confesar que mientras me empapaba el periódico, dos lamparones del aceite de las tostadas cayeron en sus páginas, que era tanto como ungir con el milenario óleo picual de nuestra cultura el papel en el que se escribe el santo y seña de nuestro presente y de nuestro futuro.

Y ante lo vivido el día anterior y lo leído en la mañana del domingo me dije: «Hay quien piensa que Jaén está muerto, ¡y, sin embargo, se mueve!«. Y pensé que tal vez también al maestro Galileo, absorto en los misterios del tiempo, se le caían los lamparones del aceite de sus tostadas en el sepia de sus papeles astronómicos. Y eso, tranquilizó sobremanera mis alterados biorritmos de hijo del Mediterráneo.

A veces la provincia de Jaén me recuerda todas las metáforas de la narración de Gabriel García Márquez en la que nos relata la increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada. Por eso fue que el domingo brindamos desde el realismo mágico por nuestra Universidad de Jaén, y porque regresen sus egresados que ahora trabajan lejos haciendo grandes los macondos de nuestros nietos extranjeros.

© José María Suárez Gallego

Publicado en Diario JAÉN el viernes 1 de abril de 2022

El pito del sereno

Autovía IV a su paso por Despeñaperros.

La vida sólo te permite llorar, o sobre tu ombligo, si no dejas de mirártelo desde el victimismo, o en el vaso de la paciencia resignada. En el primer caso no hay gota que lo colme nunca, porque todas las lágrimas chorrean hacia la complacencia masoquista; en el segundo, sí es posible que una lágrima lo haga rebosar, transformando la tristeza resignada en indignación capaz de hacer cambiar las cosas.

No nos engañemos, la Humanidad ha progresado dando puñetazos en la mesa, con gente que ha llevado su cabreo hasta los mismos muros de la Bastilla, y nunca aceptó asumir el “eso es lo que hay, y confórmate” como un buen argumento.

La resignación siempre ha sido el mejor sofá para aceptar desde el confort que la vida es un valle de lágrimas que nunca llega a ahogarte el ombligo, siempre que las lágrimas no acaben llegando al vaso de la paciencia y la resignación, porque entonces llega a rebosar ahogando el miedo colectivo de un pueblo, poniendo a flote su dignidad.

Nuestro inolvidable y genial Miguel Hernández bien pudo completar los versos que han acabado siendo nuestro himno provincial: Jaén levántate brava sobre tus piedras lunares, no vayas a ser esclava con todos tus olivares y… todas las cabronadas.

Siempre se ha dicho que el hombre como el pez muere por la boca, pero no sólo por lo que come y por lo que bebe, sino también por lo que habla. Y esto es válido, sobre todo, para los que se ganan la vida hablando, es decir, para los parlamentarios, que, en el castellano más puro y lógico, según las etimologías de mi contertulio el Caliche, doctor en ciencias tabernarias, habría que llamarlos simplemente los “hablamentarios”. La política, como afirman los “politólogos” que saben de esto, es el arte de lo posible, y ya decía también un eminente torero metido a filósofo que “lo que no puede ser no puede ser, y además es imposible”. De ahí que la política, a veces, sea también el “desastre de lo imposible” gracias a algunos de sus políticos en los que perdura el ADN del viejo caciquismo localista.

La lección primera que debe aprender todo político es que sólo a los enamorados y a los poetas, que creen en lo imposible, les está permitido decir lo que piensan. Y a la vista está, tarde o temprano a los enamorados se los acaba tragando el desamor y la desidia de lo cotidiano, y a los poetas… ¡ay, a los poetas no los toma en serio nadie! Sin embargo, fue un poeta, precisamente, quien dijo que unas veces por prudencia y otras por cautela nos paren con cuentos, nos mecen con cuentos, y a la luz de cuatro cuentos, y con los pies por delante, acaban haciéndonos ciudadanos de la Eternidad, sobre todo de la eternidad del olvido y del ninguneo.

Estamos sujetos a la inexorable ley de Murphy: “Si algo puede salir mal, saldrá mal”. Ley que desde el fatalismo que heredamos de la cultura árabe y el victimismo resignado del que hacemos gala las gentes de Jaén, tiene su extensión metafísica en “…y además es muy probable que salga mal”. Dicen que el tal Murphy fue más expeditivo al formular la segunda parte de su famosa ley: “Es inútil hacer cualquier cosa a prueba de ineptos, porque los ineptos suelen ser muy ingeniosos para salirse con la suya, que precisamente nunca es la nuestra«.

En la última mitad del siglo XVIII nació en España la figura del sereno, vigilante de noche y custodio de las calles de muchos de nuestros pueblos y ciudades, y que en el siglo XIX formó parte del costumbrismo literario de ellas. El sereno iba provisto de un pito, de un silbato, con el que alertaba a la policía de posibles desórdenes e incendios. Su exceso de celo hizo que por cualquier nimio motivo hiciera sonar el silbato en la noche, con lo cual la policía dejó de prestarle atención como señal de emergencia, ignorando el pito del sereno por ineficaz.

En Jaén, o pitamos todos juntos, o los serenos de turno se quedan sin su pito, y sobre todo sin el pesebre que alimenta su ineficacia.

¡A ver si el domingo despeñamos en Despeñaperros, de una puñetera vez, el pito del sereno por el que nos tienen tomado a Jaén!

© José María Suárez Gallego

Publicado en Diario Jaén el viernes 5 de marzo de 2021

Piedras lunares

El recordado Manolo Anguita Peragón tuvo en este periódico hace años una sección denominada “Piedras lunares” en la que solía publicar sus artículos. Nunca he tenido claro si  estas piedras, cada vez que se les invoca desde los versos del nunca olvidado Miguel Hernández: “Jaén levántate brava sobre tus piedras lunares, no vayas a ser esclava con todos tus olivares”, están ahí solamente porque riman, o si hay que ir a algún sitio a reclamarlas. ¿A qué organismo debemos ir a recogerlas? ¿O cada cual, ese día en el que Jaén decida levantarse, tendremos que llevarnos nuestras propias piedras lunares desde nuestras casas?

A estas alturas de la historia ya hemos asumido que la Europa que nos vendieron los europeístas convencidos, por mucho Himno a la Alegría beethoveniano que le pusieran al videoclip de promoción, no ha sido otra cosa que un cajón repleto de intereses más que de ideas, en el que no tienen cabida las piedras lunares.

Hasta no hace mucho se ha aceptado que es el ánimo humano quién crea la riqueza, llegándose a pensar ingenuamente que es preferible un hombre sin dinero, que el dinero sin hombres. Ahora, con las martingalas con las que nos embaucan el neoliberalismo y la revolución tecnológica, estamos comprobando en nuestra carne social que no sólo hay hombres y mujeres sin dinero –cosa muy lamentable-, sino que el dinero ya es capaz de generarse sin la laboriosidad de mujeres y hombres, es decir, la exaltación de la especulación pura, que en boca de mi tabernero de cabecera no es otra cosa que: “El dinero no da la felicidad… ¡es la felicidad¡”

La marca España en este crepúsculo social de valores, está llena, sobre todo, de “pájaros de cuenta” con contabilidades poco claras; de pavos reales con vocación de gallos de Morón desplumándonos desde los paraísos fiscales; y de cuervos carroñeros pululando por el mundo laboral de la precariedad y de quiénes no pueden vivir dignamente de su trabajo.

Hasta que en el siglo XVIII a nuestros pensadores de la Ilustración se les encendió la luz y se percataron de que es sólo la laboriosidad de sus gentes lo que engendra la prosperidad de los pueblos, se pensaba y defendía a macha martillo que las naciones se hacían más grandes con sólo ampliar sus fronteras y defender las peculiaridades de su identidad colectiva. Apreciaron en su disquisición economicista cómo era posible que poseyendo España tantos territorios –incluidos los de ultramar– y tantas fronteras, disponiendo de un idioma universal, y sobre todo estando protegida por el único Dios verdadero, ¡ahí es nada¡, cómo era posible entonces que la inmensa mayoría de las gentes que la habitaban vivieran en la miseria. Famosa es la frase de Carlos III, rey que ya lo fue de Nápoles durante veinticuatro años antes de serlo de España, en la que resumió la idiosincrasia celtibérica: “los españoles son los únicos que cuando se les quita la mierda lloran”.

Casi tres siglos después, con la globalización de la información, y la desinformación globalizada, los territorios ya no hacen grandes a las naciones, ni la laboriosidad de sus gentes generan el progreso, y la España olvidada y vaciada es una consecuencia del pretendido progreso que se nos prometió como la panacea de todas nuestras tribulaciones, y más que curarnos de ellas nos ha hecho adictos al victimismo endémico.

La cultura de la subvención nos ha hecho más “señoritos” europeos que “españolitos” laboriosos. Lo decía Einstein: “Sin crisis todo viento es caricia”. Ahora, no nos queda otra que superar este vendaval de bofetadas.      

Viendo lo que veo, y escuchando lo que escucho, cada vez tengo más claro que tras la metáfora de las piedras lunares en realidad estamos nosotros, los hijos y las hijas de Jaén. ¡Pero la luna está tan lejos! Y habría que ir a por las piedras de noche, que es cuando la luna sale, y es precisamente cuándo estamos durmiendo y cuándo mejor se está en la cama.

Corremos el riesgo de que una vez dispuestas todas las piedras lunares, y digan de levantarnos, algunos no se despierten y sigan soñando sus sueños de metáforas.

© José María Suárez Gallego

Publicado en Diario JAÉN el viernes 21 de febrero 2020

 

Alfonso Sánchez Herrera o el elogio de la alegría. (In memoriam)

Alfonso Sánchez Herrera, alcalde de Jaén durante los periodos  1989-1991 y 1995-1999

La última vez que coincidí con Alfonso Sánchez Herrera en un acto, fue en enero pasado con motivo del homenaje que Jaén Gastronómico le rindió al Restaurante Bagá por la distinción de la que había sido objeto con una Estrella Michelín. Hacía tiempo que no coincidíamos, sabía que estaba pasando por una enfermedad complicada, pero su ánimo, como siempre, era bueno.

Compartimos dos copas de vino tinto y una reflexión que le había hecho su médico: “Si tomarte un vino te hace feliz, tómatelo, que eso también cura”.

Salió a relucir la vena gastrosófica que siempre cultivábamos ambos cuando coincidíamos en las comidas de los eventos gastronómicos. Sacó a colación a García Márquez: “Morirse es lo peor que te puede pasar en la vida”, y por eso hay que seguir vivo, apostillaba Alfonso.  Y salió también Camilo José Cela: “Lo peor de la muerte es que después de ella nunca te vuelve a pasar nada”. Y Alfonso apostillaba aferrándose a la vida.

            No me unió a él ni un carnet de partido, ni una ideología política, ni intereses de otro tipo, sólo las aficiones gastronómicas y un fino sentido del humor para ejercer ambos como gastrósofos tabernarios. Ambos fuimos miembros por Jaén de las primeras Academias Andaluzas de Gastronomía y del Vino, y fue, allá por la primavera de 1998, el primer alcalde en ser investido Comendador de la Orden de la Cuchara de Palo, acto que tuvo lugar camino del castillo en el Horno de Salvador. Por ser cuaresma y fiel a su tradición no probó ni gota de vino. Después de aquello volvió a ser Comendador como presidente de la Cofradía de la Buena Mesa.

Que el sentido del humor es una manifestación palpable de la inteligencia emocional es algo que Alfonso Sánchez Herrera nos hacía llegar en todo momento.

Hace unos años hablando en la comida posterior a un jurado gastronómico me refería que los alcaldes y los cronistas oficiales somos “carne de callejero”, pero no éramos responsables de todo lo malo que podría ocurrir en una calle con nuestro nombre. Él me dijo que su nombre se lo habían puesto al recinto ferial, y que agradecía la deferencia porque allí nunca pondrían un tanatorio. Le dije que yo prefería más que un nombre de una calle, el de un pasodoble o el de un combinado para tomar en barra. Ambas circunstancias son alegres.

El próximo día 14, en el Capítulo 115 en Santa Elena, Despeñaperros, la Orden de la Cuchara de Palo te lo dedicaremos a ti, Alfonso. Ya está alguien trabajando para brindar por tu memoria con un combinado, con un “Sánchez Herrera” lleno de la alegría y la concordia que tú nos diste.

Lo del pasodoble se lo dejo a la excelente Banda Municipal de Jaén, que para eso fuiste su acalde y de los mejores.

Una última cosa Alfonso. Si allí donde has llegado ves al Comendador y amigo Diego Rojano, dale un fuerte abrazo de nuestra parte. ¡No es que os vayáis los mejores, es que nos vais dejando aquí a los regulares y similares!

¡Te recordaremos, comendador alcalde y amigo!

José María Suárez Gallego (Maestre prior de la Orden de los Caballeros de la Cuhara de Palo)

Académicos por Jaén de las Academias Andaluzas de Gastronomía y del Vino
De izquierda a derecha: José María Suárez Gallego, José Calabrús Lara, Francisco Javier Carazo Carazo, Alfonso Sánchez Herrera, Diego Rojano Ortega, y Guillermo Sena Medina.
Reunión en Jaén a comienzos del siglo XXI


Publicado en Diario Jaén el viernes 30 de agosto de 2019

Geranios y contables

La esencia última de la cultura común de los pueblos del Mediterráneo reside en la especial querencia que sus gentes le tienen a la calle. Es la plazuela, o la calleja íntima de un pueblo, o un barrio, el cuenco donde se subliman las esencias más puras de lo que somos, de lo que cada uno es como individuo o como colectivo. Las calles de la Malena en Jaén, del Albaicín en Granada, de Plakas en Atenas, los zocos de Estambul, o las callejuelas de Jerusalén, tienen en común la mágica simbiosis entre el viandante, los portales, la piedra, los zaguanes, la cal, los geranios, la albahaca y el ruido de la propia vida bullendo como la sangre.Es el paisanaje fundido en el paisaje, como si cada instante fuese el fin del mundo, y el instante siguiente la nueva creación. El eterno retorno después de no haber ido a ninguna parte esperando un saboraje.

No hay mayor crueldad, por tanto, para el paisanaje mediterráneo que encerrarlo entre las cuatro paredes de su propia casa, si no es para dormir, claro está, porque para vivir la vida en toda su extensión está la calle con sus múltiples facetas: la taberna, el cafetín, la tienda de barrio, la barbería, las casas de comidas económicas en las cercanías de la parada de autobuses pueblerinos, la puerta de la iglesia el domingo por la mañana mientras tañen las campanas, la llamada a la oración de la tarde desde el alminar de la mezquita, los rabinos recitando el Talmud en la inmensidad del sábado, la churrería sosegando urgentes mañanas de inciertos lunes, las noches de verano, ¡aquellas noches de verano dormitando en el fresco de la calle con el sabor al barro del botijo hecho un hilillo entre los labios! Aquellas noches de ambigú en el cine de verano, sillas de anea, gaseosa de limón, olor a hierbabuena y jazmín, y en el universo a medio hacer de la noche, Anna Magnani retornaba a la Roma de Rosellini. Nada mejor que las encíclicas en blanco y negro de los padres del cine neorrealista para meternos en las costuras del paisanaje mediterráneo y su especial querencia, su necesidad, de calle.

Desde que somos europeos de derecho, es decir, desde que Europa nos subvenciona el aceite de oliva a cambio de no poder pescar ni en las fuentes de nuestros pueblos, a cambio de arrancar las viñas, ¡aquellos pescaitos fritos con vino tinto de la costa mientras adivinábamos los ojos del horizonte! desde que somos hijos adoptivos de la Europa eslava, sajona y normanda, vamos perdiendo la calle como extensión de nuestras almas. Cada día que pasa, la puñetera crisis de convergencias macroeconóicas, nos va quitando un trozo de calle al caer la tarde. ¡Es inaceptable que los contables sigan dirigiendo el mundo!

Y al concluir la cena, ante la inquietud de no saber el color del futuro que nos habrá de amanecer mañana, nos abandonamos en los brazos del sillón de la salita sin más protagonista, ni más argumentos, para una efímera cabezada que comernos el mundo de canal en canal, el incierto mundo de los escasos quince metros cuadrados que rodean nuestro sillón y el televisor, intentando adivinarle al futuro el color que nos habrá de amanecer mañana.

Sin darnos cuenta nos hemos ido convirtiendo en carne de audiencia, las salitas de nuestras casas cada vez se parecen más al camarote de Groucho Marx. ¡Pronto, que nos devuelvan la calle! o acabaremos perdiendo también el pan con aceite y el geranio que al paisanaje mediterráneo nos brota en el costado del corazón con el primer llanto, nada más nacer. Ya nos lo dijo André Maurois: «Cuando las cosas no van bien, nada como cerrar los ojos y evocar una cosa bella«.

Aún no se ha derogado la “ley del trágala” y sigue vigente la “ley del Talión” del ojo por ojo, y la luz del dios de las tres culturas sigue iluminando a unos y cegando a otros. Al final, entre los duelos de los ciegos y los quebrantos  de los iluminados,  acabaremos todos tuertos, como ya nos avisó el mahatma Gandhi,  que por cierto era hindú.

Lo dicho, es inaceptable que los contables dirijan el mundo a través de quienes libremente los hemos elegido en las urnas, o acabaremos plantando geranios en ellas.

© José María Suárez Gallego

Publicado en Diario JAÉN el viernes 23 de agosto de 2019