El Cronista Oficial de Guarromán en el discurso inaugural de la Casa de La Ilustración.
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Durante la segunda mitad del siglo XVIII la Historia de España va a contemplar cómo el espíritu reformador de la Corte de Carlos III alumbrará lo que conocemos como el mejor espíritu de La Ilustración. La pasión de «verlo todo claro» y la manifiesta oposición de los hijos del siglo XVIII a soportar el misterio y el oscurantismo, darán a esta centuria el apelativo de Siglo de las Luces, fenómeno éste que no será privativo de los ilustrados españoles, sino que habría de calar en los “eclairés” franceses, en los intelectuales germanos de la Aufklárung, o en los británicos del Enlightenment. Europa y América van a verse inmersas en una fiebre innovadora que emanaba desde la razón.
El rey Carlos III, sobre todo después del «Motín de Esquilache», cuya escusa costumbrista fue debida a querer cortar la longitud de las capas largas y subirles las alas a los tradicionales sombreros de ala ancha para dejarlos convertidos en los típicos “tres picos” que tanto identifican la indumentaria del siglo XVIII, buscando que los malhechores no ocultaran su cara tras ellos para delinquir, se rodeará de un equipo de gobierno en el que cada uno de sus ministros tiene una reforma en cartera encaminada a procurarle al pueblo la felicidad que éste no podía lograr por sí mismo. En esta esfera de influencia gravitarán nobles de rancio abolengo, como es el caso del Conde de Aranda, llamado a presidir el Consejo de Castilla, junto a otros nobles como Campomanes, Floridablanca, Múzquiz y Jovellanos, que desde sus puestos de responsabilidad habrán de diseñar los cambios económicos que traerían consigo, sin duda, las pretendidas reformas sociales.
Como primera medida los ilustrados de Carlos III vieron necesario dinamizar las estructuras agrarias, anquilosadas secularmente por los mayorazgos (herencia de los nobles concentrada en el mayor de los hijos) y las manos muertas (propiedades agrarias improductivas de la Iglesia). Se trataba, en suma, de crear una nueva clase de propietarios agrícolas extraídos de los grupos menos favorecidos, senareros y jornaleros primordialmente, a los que se les cederían tierras, 50 fanegas (unas 33 Ha.) por familia, bajo determinadas condiciones de arrendamiento y de usufructo, que hasta el momento habían supuesto para la Real Hacienda unas fuentes de producción mal rentabilizadas, o no explotadas. Se pretendía, a fin de cuentas, propiciar una sociedad modelo cuyos componentes «deben estar destinados a la labranza, cría de «ganados, y a las artes mecánicas, como nervio de la fuerza de un Estado[…porque] todo país en que la agricultura no florece, será siempre desdichado, porque con ella todas las artes se fomentan y adelantan, y sin ella todas se debilitan y se pierden», como dejaría escrito el propio Pablo de Olavide.
La inauguración de un magnífico auditorio en Guarromán con el nombre de la “Casa de la Ilustración” es una buena muestra de que el espíritu ilustrado sigue vigente hoy en este pueblo, y está llamado a ser la luz que haga posible que otros vean. Luz de cultura, luz de conocimiento, luz de respeto, luz de tolerancia, luz que en definitiva apague la mayor de tolas las tinieblas: La obscuridad de la ignorancia.
En mis treinta siete años como cronista oficial de esta Real Población del Sitio de Guarromán, he comprobado que un pueblo es lo que sueña su alcalde. Y Pablo de Olavide nunca pudo imaginar que su sueño como intendente tuviera un tan extraordinario reflejo en el sueño de este alcalde, Alberto Rubio, al que como cronista oficial me uno dispuesto a soñar realidades como ésta en favor de nuestro pueblo y nuestra comarca.
Esta Casa de la Ilustración es, como la propia Ilustración lo fue en el Siglo de las Luces, un faro luminoso que diluye las tinieblas de la incultura promoviendo la capacidad de ser libres desde la dignidad humana, fieles a la letra del himno de Andalucía: “Hombres de luz, que a los hombres, alma de hombres le dimos.” Ese es el compromiso de la Cultura entendida como un arma cargada de futuro para la libertad y el progreso.
Comitiva de la Romería de San Isidro llegando a Piedra Rodadera, año 1950
El ciclo festivo de cada pueblo es el mejor instrumento que poseen sus gentes para reavivar cada año lo más esencial de sus señas de identidad. Desde el punto de vista de la antropología cultural se podría parafrasear: «Decidme qué fiestas hacéis, y os diré que sois como pueblo».
Es por ello por lo que no podemos saber lo que son los guarromanenses como colectivo hasta que no nos hemos sumergido en las entretelas de su romería de San Isidro, cumbre de su ciclo festivo. La pradera se convierte con tal motivo en un libro vivo que se abre en Piedra Rodadera y se cierra en la otra orilla del río Guadiel, ya en término municipal de Linares, donde entre líneas de centenarios chaparros y milenarias piedras se han escrito los ritos y los símbolos que entretejen lo más genuino de la historia de Guarromán, una de las nuevas poblaciones de Carlos III, fundada en 1767 con colonos agricultores centroeuropeos, y vuelta a recolonizar por mineros andaluces un siglo después. Ambos colectivos, el del arado y la trilla, por un lado, y el de la vagoneta minera y el barreno, por otro, han puesto los acentos de la hermandad, los puntos de la mesa compartida, las comas de la tortilla de patatas con vino en bota, y las corcheas de un pasodoble a la sombra del legendario “chaparro de los músicos”.
Cabe destacar que San Isidro no es el patrón oficial de Guarromán, estando encomendados estos patronazgos a la Inmaculada Concepción, como no podía ser de otra manera siendo Carlos III el rey fundador de esta real población, y al Sagrado Corazón de Jesús, que desde 1950 posee un monumento en el paseo principal de esta localidad, conocido popularmente como «El Santo».
La circunstancia de haberse conmemorado el pasado año 2021 el 75º aniversario de la celebración de la primera romería de San Isidro, y por causa de las restricciones sanitarias impuestas por la Covid-19 no haberse podido festejar, ha hecho que la Hermandad de San Isidro haya decido trasladar los actos de tal evento a este mes de mayo coincidiendo con la romería de este año. La Hermandad de San Isidro me ha concedido el honor y el privilegio, como cronista oficial, de realizar el pregón de esta especial romería en la que los guarromanenses vuelven con San Isidro a la Pradera de Piedra Rodadera después de dos años sin haberlo podido hacer, y celebrar que hace tres cuartos de siglo que San Isidro une en hermandad a Guarromán cada mes de mayo.
La pradera de Piedra Rodadera es el símbolo más antiguo de la romería, pues ya lo era de otra «romería sin santo» traída y heredada de los colonos alemanes y conocida por “Pintahuevos”, siendo ésta la primera fiesta que de forma colectiva celebraron los primeros colonos guarromanenses. El Domingo de Pascua conmemoraban la resurrección de Cristo, para lo cual decoraban huevos duros que luego habían de comerse en una merienda campestre, tradición ésta típicamente centroeuropea. El lugar elegido para esta celebración fue el de la «Pradera de Piedra Rodadera», precisamente por sus significadas cualidades para la diversión de pequeños y mayores. La utilización del sitio como un improvisado tobogán le dio nombre. Era la piedra lisa donde se podía rodar o rular. Incluso a lomos de caballerías con la montura sin cinchar, los mozos de otros tiempos se lanzaban piedra abajo haciendo gala de sus habilidades como jinetes en tan difíciles condiciones.
El 5 de mayo de 1946 es cuando el Cabildo de la Hermandad, presidido por don Herminio Rubio Delfa, acuerda nombrar una comisión de festejos para que organice la “fiesta de nuestro patrón San Isidro Labrador el día 15 de mayo”. Pero ese día y el anterior el tiempo amenazaba lluvia, y la fiesta y romería se celebraron el siguiente domingo 19 de mayo por primera vez. La comisión acordó preparar una comida colectiva para mil quinientas personas cuyo menú consistía en «un arroz con habas y carne de cordero, así como un panecillo de doscientos cincuenta gramos por individuo».
Y ese día San Isidro se quedó para siempre en el corazón de los guarromanenses.
Hermandad del Nazareno de Guarromán, uno de abril de 1988
Reverso de la foto, escrita por el hermano mayor don Ramón Caballero Martínez.
El Viernes Santo uno de abril de 1988 la imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno de Guarromán estrenó una nueva túnica, después de que en en una asamblea celebrada el 18 de marzo de 1985 se acordara reorganizar la Hermandad, a la que desde marzo de 1957 sólo había pertenecido como único hermano don Ramón Caballero Martínez, quien durante todos estos años había sufragado los gastos para que la imagen de Nuestro Padre Jesús pudiera procesionar por las calles de Guarromán de la forma más modesta, pero más digna. Ente 1985 y 1988, año del bicentenario de la muerte de Carlos III, rey fundador de Guarromán, se reorganizó la Hermandad y tomó un nuevo impulso, permaneciendo Don Ramón Caballero Martínez como hermano mayor e impulsor de la revitalización de la cofradía hasta enero de 1990 en que falleció.
Se encargó a las monjas del convento de las Esclavas del Santísimo y de la Inmaculada, de Jaén, una nueva túnica para la sagrada imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno, de Guarromán, y los hermanos de la cofradía lucieron por primera vez, desde 1957, sus túnicas y capirotes morados y sus cíngulos amarillos.
En la foto apreciamos la sobriedad del «no retablo» de la parroquia de la Inmaculada guarromanense en 1988, en la que puede verse a la izquierda la imagen de la Inmaculada Concepción, obra del insigne imaginero giennense Jacinto Higueras, y a la derecha la «campana de las generaciones», regalada por el Seminario de Historia y Cultura Tradicional «Margarita Folmerin», que se hacía sonar siete veces, por las siete generaciones que nos separaban entonces de los primeros colonos fundadores, cada 26 de agosto durante los actos de la llamada Fiesta de los Colonos.
Reproducimos por su interés para nuestra historia local, la foto de familia realizada el uno de abril de 1988 por el cronista oficial de Guarromán, en la que Nuestro Padre Jesús Nazareno, y todos los hermanos y hermanas lucen sus nuevas túnicas moradas y sus cíngulos amarillos. Así como la transcripción del acta de la Hermandad de fecha 18 de marzo de 1985, en el que se tomó el acuerdo de reorganizarla nombrando una directiva que la revitalizara, como así fue.
El cronista oficial de Guarromán junto a un busto de su rey fundador Carlos III
Hay dos vanidades que sin pudor suelo ejercer en público. Una, mi condición de ex fumador con más de tres decenios de antigüedad en el gremio de los anicóticos la otra, el ejercicio no remunerado de los menesteres propios del cronista oficial de Guarromán, desde hace ya tres décadas y media. Y ruego me disculpen el asomo de inmodestia, pero en el hecho de no fumar –sin amargarle la vida a los todavía fumadores–, y en la oportunidad de poder escudriñar, vaticinar y escribir lo que fueron, son y pretenden ser mis convecinos como pueblo, sin más recompensa, por un lado, que no toser por las mañanas, y sin otra satisfacción, por el otro, que no perder el sentido del esfuerzo gratuito en pos de la comunidad que me soporta –y viceversa–, encuentro el mejor equipaje para acabar de saltar la barrera de los sesentones con el mismo estado de ánimo y compromiso que cuando pasé la de los veinteañeros, eso sí, algo más sobrado de arrobas, con las sienes pintando plata, y un poco más de hierro lastrando el corazón.
En los casi cincuenta años que hace que cumplí los veinte, he tenido la oportunidad de conocer profesionalmente a algunos individuos tan pobres que sólo tienen dinero, que diría la sin par Gloria Fuertes. He conocido también a algunos mozuelos imberbes sin otro sueño que llegar a lo peor de sí mismo atiborrados de pasta dineraria, que, con la arrogancia al uso en el Imperio, te llaman gilipollas porque te obcecas en ponerle remedio al celemín de mundo que te ha tocado padecer o disfrutar, según se mire y soplen los vientos. A mi generación —yo también nací en el cincuenta y tres; yo también crecí con el Yesterday — nos amamantaron con leche en polvo americana en ubres tartesas, fenicias, romanas, visigodas, moras, judías y cristianas, y tal vez sea por ello por lo que los de mi generación —yo también nací en el cincuenta y tres; en todo he sido aprendiz; como tú sintiendo la sangre arder me abrasé sabiendo que iba a perder–, sentimos alergia a los burger de comida rápida y aprendimos a matarle el sabor a la Coca Cola con el ron de la rebeldía.
Eso sí, la leche no se nos agrió, ni nos afloró la mala uva del perro viejo, ni se nos heló la sangre gorda del diablo joven. y una vez resuelto el asunto del plato de lentejas diario, sin haber muerto en el intento, fue inevitable preguntarse por el además que la vida ofrece, y a poco que te lo hayas propuesto acabas dándote cuenta que el además de la vida no es otro que la vida misma en toda su extensión de gratuidad y solidaridad, como el sol, la luna y el aire, antes de que algún avispado, máster en sacaliñas para más señas, descubra la forma de cobrarnos los rayos que Febo nos regala cada mañana para que leamos plácidamente el periódico. No sé si el remedio al todo vale de la llamada cultura corrupta del pelotazo, pudiera estar en resucitar a don Quijote de las bibliotecas y hacerlo cabalgar por los pueblos de España, plantándole batalla a tanto gigante, que haberlos haylos, que a modo de molino hace girar sus brazos al aire más insolidarioy más indecente. Sería el nuevo «Don Quijote de la Catarsis» que, a propósito de los menesteres del cronista oficial, y por comenzar a barrer por los rincones propios, nos deja dicho: «Debiendo ser los historiadores puntuales, verdaderos y no nada apasionados, y que ni el interés ni el miedo, el rencor ni la afición, no les hagan torcer el camino de la verdad, cuya madre es la historia, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo porvenir«.
Salvador de Magariaga nos habló de un cronista con reúma articular —es decir, según él, el reúma que te incita a escribir artículos— sentado a la orilla del río de los sucesos. Los cronistas oficiales nos sentimos pagados con que nos dejen cerca del costado que más le duele a Jaén, ¡y no saben cómo y cuánto le duele! Será por ello por lo que siempre andamos tratando de esconderles las lanzas a la legión de Longinos que como moscas pululan por este calvario de olivos.
Bien es cierto que es para no perdonarle a don Miguel de Cervantes, que, habiéndonos parido El Quijote para mayor gloria de las letras hispanas, nos privara del que sin duda hubiera sido el topónimo más peculiar de España, aquel lugar de la Mancha de cuyo nombre don Miguel no quiso, o no le convino, acordarse.
La Geografía, para quien esto escribe, fue, por obra y gracia de mi condición de hijo de militar, más que una tediosa asignatura que irremediablemente nos hacía bostezar de aburrimiento de cinco a seis de la tarde, un grato acicate que me llevaba a devorar literalmente un viejo atlas de provincias que había en casa, buscando los lugares en los que habría de hacer nuevos amigos y acomodar el cuerpo a un clima diferente. Ello me llevó a aprender a leer y a traducir Ramadán por Cuaresma, en Tetuán; a hacer raíces cuadradas con sabor a salitre, en Málaga; a escribir versos sobre cómo se rompe el agua, en Granada; a hacer ecuaciones diferenciales perfumadas de azahar, en Sevilla; a tomar cañas con farinato cuando cae la tarde en la inmensidad dorada y pétrea de Salamanca; a ver los náufragos venir, en el rompeolas de Linares; a circular entre rotondas viceversas y semáforos asincrónicos, en Jaén; y a volar con las águilas y no con los pavos, en Guarromán, lugar en el que resido y resisto felizmente. Cuando se es hijo de alguien susceptible de ser trasladado por motivos de trabajo, se tiene la sensación de que se es un poco de todos los lugares, poseyendo, en definitiva, la misma patria que el Capitán Trueno, es decir, aquella surgida de las sensaciones soñadas más que del pisotón de las apabullantes botas de la realidad.
De la misma forma que una vez descosidas las costuras de la Historia descubrimos que los Reyes Católicos no fueron tan católicos, y que todavía está por ver si los restos que se veneran en Santiago de Compostela pertenecen al apóstol del caballo blanco, o al druida celta Prisciliano, de la misma manera, cuando entramos en las entretelas de la Geografía nos enteramos que a los Montes Perdidos hace mucho tiempo que los encontraron, que los Montes Universales tienen su encanto localista, y que el lugar mas lejano del planeta no está en África, como cabría suponer, sino en un bello paraje, más allá de Tragacete (Cuenca), donde nace el río Cuervo. Allí nos gustaría ver a Indiana Jones en sus mejores tiempos, si es que es capaz de llegar integro.
Cuando viajamos, aunque lo hagamos a lomos del sillón de la salita, sin más lanza que llevarse al ristre que el mando a distancia del televisor, nos damos cuenta que nos ofrece más confianza, así como quien dice amigosparasiempre, el campechano Castropepe en Zamora, que no el distante hablemedeusté Don Benito extremeño, que de todos es sabido que hay distancias que se andan y distancias que se sufren en el amor propio y la dignidad. Sacar las oposiciones de maestro y ser destinado a San Pedro de los Burros, en Asturias, sobre todo si al consorte lo mandan a So, en La Coruña, es poco menos que cantar misa y que el señor obispo te asigne como parroquia la de Paganos, en Álava, o la de Atea, en Zaragoza. Todo un prometedor comienzo para una carrera pastoral.
Y es que el ir y venir de los tiempos retuerce los vocablos hasta convertir «aqua rosae» en Asquerosa, que así se llamó hasta 1943 Valderrubio, Granada, cuando a propuesta de la Tabacalera se le cambió el nombre. Lógicamente, debieron pensar, que es más comercial vender tabaco procedente del Valle del Rubio –por el tipo de tabaco–, que no de tan impúdico lugar. El mismo Federico García Lorca, que vivió sus años mozos en Asquerosa, y donde se inspiro para escribir «La Casa de Bernarda Alba«, prefería poner en sus cartas el remite de «Apeadero de San Pascual, Pinos Puente» antes que nombre tan poco poético.
Ocurre que cuando un pueblo decide cambiar su nombre, lo hace cargándolo de pompa y rimbombancia. Así, en la década de los sesenta del pasado siglo, cuando ser de pueblo era poco más que una indignidad, el municipio leonés de Alija de los Melones, cambió su nombre por el más hidalgo de Alija del Infantado. Así, el también municipio leonés de Sacaojos, cambió el suyo por el de Santiago de la Valduerna –tal vez apoyándose en las reminiscencias guerreras y heroicas de la batalla de Clavijo–, o el madrileño Miraflores, antes de ser un lugar de vacaciones veraniegas, se llamó Porqueras de la Sierra, nombre a todas luces más agreste y prosaico. ¡Pero a ver quien invita a los amigos a pasar un domingo en el chalet de una urbanización con estirpe tan porcina!
A veces las veleidades semánticas retuercen como tirabuzones las etimologías de los topónimos y los nombres de los lugares acaban por indicarnos justamente todo lo contrario de lo que en sí encierran sus significados. En realidad, Groenlandia viene a significar literalmente tierra verde, y no precisamente por la abundancia de vegetación, sino a modo de promoción para animar a sus posibles colonizadores. Y en Tierra de Fuego, la parte más austral de América, hace un frío de aquí no te menees, por muchas y calentitas llamas que se le arrimen a su nombre. Algo parecido ocurre con el topónimo Guarromán, que nada tiene que ver con hombre guarro, sino con el río de los granados, el «Wadi-r-rumman» que llamaron los árabes en el Medievo. Y es que es para hacernos meditar cómo a la Cultura, la nuestra, la que mamamos durante siglos de los pechos de los tartesos, iberos, fenicios, cartagineses, romanos, visigodos, árabes, judíos y cristianos, le están surgiendo, como a la atmósfera, agujeros en el ozono protector de sus señas de identidad, los cuales, la mayoría de las veces, tratamos de parchear con los contrasentidos de un sucursalismo cultural ramplón y de última hora. Somos capaces de ver el «man» –hombre en inglés– en Guarromán colocado junto al guarro, y no vemos «gua» —Wadi en árabe, el río o el arroyo-. Hagamos a vuelapluma un urgente repaso por cuántos ríos, y pueblos del suelo patrio, comienzan por «gua» o «guada». Olvidamos de la noche a la mañana el legado árabe cuajado durante ocho siglos, y sólo bastan unos cuantos lustros de terapia televisiva para engancharnos al tren del sajonismo. Y es que el padre Guadalquivir y su antañona cultura ya no pueden con el todopoderoso imperio lingüístico del Mississipí.
Pero el parcheo toma tintes de disquisición grouchomarxista cuando denominamos a la entrada de Andalucía Despeñaperros, precisamente porque allí perdieron la batalla de las Navas de Tolosa las tropas árabes, –no olvidemos que también ha quedado en la historia aquello de «perro judío» para que nadie de las llamadas «tres culturas» se sienta ofendido por agravio comparativo–, y colocamos el blanco y verde nazarita –el verde es el color del Islam– de nuestra enseña autonómica junto al nombre del famoso desfiladero. Irónico homenaje para aquellos «perros» que perdieron la tierra a golpes de mandoble, y sin embargo nos ganaron los símbolos siglos después. Otra vez volvemos a tener la patria del Capitán Trueno, la soñada más que la que pisamos.
Tal vez sea por todo esto por lo que tras los nombres peculiares de los pueblos se escondan los remiendos con los que tapar tantos agujeros que se nos abren en nuestras señas de identidad culturales. Hacer un congreso sobre el tema para cuando pase el chaparrón de la crisis, no tiene otras pretensiones, además de pasar unos días agradables, que el lanzar la primera paletada reparadora al consabido agujero negro de nuestras señas de identidad. Comencemos custodiando nuestros topónimos y acabaremos por no perdernos en un bosque de contrasentidos.
Yo me imagino los diálogos de los ponentes entre sesión y sesión:
— …Pues yo soy de Calamocos, en León.
— Considéreme su paisano, yo vengo de Benamocarra, en Málaga.
Y es que el mundo es un pañuelo con el que saludarnos, por mucho que se empeñen
unos cabritos fanáticos en empaparlo de lágrimas y sangre.
El autor, en julio de 2007, junto al árbol y la piedra que recuerdan a Carlos III en el Parque de la Fuentecilla en Guarromán desde 1988, año que se celebró el III Congreso de Historia de las Nuevas Poblaciones.
Mira, paisano, se conmemoran los veinticinco años de la encina que se plantó en Guarromán con tierra traída de todos los municipios de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y Andalucía, con motivo del Bicentenario de la Muerte de Carlos III, y que figura desde entonces en el escudo de Olavidia. ¡Qué tiempos aquellos cuando nos subíamos a las cometas de la Utopía y le colgábamos en su cola las banderas que ahora nos arrían! Ya hemos aprendido de sobra, paisano, a sacarle lustre cada mañana a los zapatos de ganarnos el pan, y a calzarnos por las tardes los pies desnudos de sentarnos a la orilla del río de los sucesos. Los doctorados en Ciencias Inútiles para lo único que sirven, paisano, es para poder clamar de vez en cuando en el desierto de papel de estas veintitantas líneas, que como casi treinta dunas, le ponen la arena al albero de estos artículos.
Olavidia es todo aquello que en el siglo XVIII Pablo de Olavide soñó en los ojos de cada uno de los colonos que trajo a las estibaciones yermas de Sierra Morena desde los fríos y las hambrunas de las posguerras de Centroeuropa. Olavidia es, sobre todo, paisano, la utopía que guardan los proyectos que se redactan para construir sociedades mejores en las que no sean los gobernantes los que les piden al pueblo que dimita de sus funciones reivindicativas en pos de patrias más grandes, aunque menos libres y nada unidas.
Qué fácil es pasar, paisano, del concepto de comunidad histórica al de “comunidad histérica” cuando los gobernantes de turno olvidan el síndrome de Esquilache –esto es, paisano, salir por pies perseguido por el pueblo que se niega a perder lo que es suyo— y hacen oídos sordos a lo que el pueblo les canta en sus cancioncillas de gramática parda: Algún día mucho fui, / ya cosa ninguna soy, /pues se cagará en mi hoy,/ quien temblara ayer de mí.
Escribo estas líneas precisamente a la sombra de aquel emotivo árbol desde la comodidad de hacerlo en una moderna tablet, feliz y contento porque, pese a todo, aún no se le haya ocurrido a algún iluminado salvapátrias cortárnoslo.
(Publicado en Diario JAÉN el martes 28 de mayo de 2013)
Historia del nombre de unos quesos elaborados con éxito en el “sitio menos romántico” de España.
En mayo de 2015, una encuesta realizada entre los usuarios de la web sobre viajes y turismo Hoteles.com, declaró que Guarromán fue votado como el destino turístico menos romántico de España. Se me dijo entonces que como cronista oficial de Guarromán debería escribir en los medios de comunicación defendiéndonos de esa “afrenta”.
Les dije que había que seguir la “estrategia del judoka” (derribar al rival aprovechando su propio impulso), y utilizar la peculiaridad del nombre de nuestro pueblo como bandera para promocionarlo turísticamente.
En el siguiente enlace queda constancia en el Diario Jaén de lo que desde la Orden de la Cuchara de Palo propusimos.
A principios del mes de junio de ese mismo año, el alcalde de Guarromán, Alberto Rubio Mostacero, me dijo que había un matrimonio interesado en poner una fábrica de quesos artesanos en Guarromán, y que querían que sus nombres estuvieran relacionados con la historia de este pueblo, que hablara con ellos y que como cronista oficial de municipio los informara de estos pormenores.
Así ocurrió. Tuve una conversación con Silvia Peláez, ingeniero químico y perteneciente a una familia que tradicionalmente ha tenido ganado caprino, y la parte femenina de la pareja que quería emprender la fabricación de quesos en Sierra Morena.
Hablamos de la peculiaridad del nombre de Guarromán, de su significado, de su historia, y de que debido a él se nos había “declarado el destino turístico menos romántico de España”, y que por eso yo opinaba que en Guarromán se debería de hacer una “gastronomía guarromántica”, que no es otra cosa que ser romántico en Guarromán. Propuse para la empresa el nombre de “Quesos y besos”, y así sus quesos podrían ser objeto de regalo romántico también. Lo cierto es que en la actualidad “GUARROMÁNTICO” ya es un exquisito queso de esta empresa, que se elabora añadiendo cuajo tradicional a la leche cruda de cabra.
La empresa puso en marcha todos los trámites burocráticos. El matrimonio Paco Romero y Silvia Peláez debatieron con sus familiares la “locura” del nombre propuesto (más propio de un local de alterne de carretera, como nos reconoció Paco algún tiempo después). El hecho es que registraron el nombre como marca, se establecieron en una nave que acomodaron para tal efecto en el Polígono de Los Llanos, de Guarromán, y comenzaron su actividad de producción de quesos con leche de cabra.
En el año 2017, Guarromán y todas las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena fundadas por Carlos III en el siglo XVIII, bajo la dirección del intendente Pablo de Olavide, celebraban su 250 Aniversario (1767-2017), y se habían preparado muchos actos para conmemorarlo.
El primer queso de Quesos y Besos se llamó” Olavidia”, como el territorio que abarcaban las Nuevas Poblaciones en las que se integraba Guarromán, y en homenaje a este 250 Aniversario.
El queso OLAVIDIA fue declarado como el MEJOR QUESO ABSOLUTO EN EL GOURMET QUESOS 2018, es decir el mejor queso de España de 2018 en todas las categorías, y además OLAVIDIA, MEJOR QUESO en su Categoría de Coagulación Láctica – GOURMET QUESOS 2018–. Premio este último que repitió en la edición de 2019. Y recientemente OLAVIDIA, ha sido MEDALLA DE PLATA WORLD CHEESE AWARDS 2019-20 celebrado en Bérgamo (Italia)
Otros quesos fueron viendo la luz en Quesos y Besos. El queso “COLONO”, en honor de los colonos centroeuropeos alemanes y suizos, sobre todo, que fundaron Guarromán y esta comarca, COLONO FUE MEDALLA DE BRONCE – WORLD CHEESE AWARDS 2018. El queso “MINERO”, en honor de los trabajadores de las minas que también nos colonizaron a partir de mediados del siglo XIX cuando el auge del plomo (Guarromán tiene censado en su municipio más de 200 antiguos pozos mineros desde el siglo III a.C. en época íbera y romana. La famosa mina de plata de la princesa Himilce, hija del rey Mucro de Cástulo —antigua ciudad ibera de Oretania, muy próxima a la actual ciudad de Linares— está en la actualidad en término de Guarromán. Himilce fue entregada en matrimonio en el siglo III a. C. al general cartaginés Aníbal para sellar la alianza entre Oretania y Cartago al comienzo de la segunda guerra púnica). Y uno de los últimos en incorporase ha sido el queso “FUERO”, que recibe su nombre del Fuero de Población de 1767 por el que se fundaron las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena que incluyen a Guarromán. Este fuero está considerado como el que reguló jurídicamente el primer proyecto de “europeidad” de la historia al integrar a colonos procedentes de diferentes nacionalidades europeas en un mismo proyecto repoblador. Tiene como mérito ser la primera legislación de occidente que establece la enseñanza primaria como obligatoria y gratuita, ya en 1767. MUZQUIA es el queso que lleva el nombre que se sugirió para Guarromán como nueva colonia de Carlos III, debido al ministro de Carlos III, Miguel Muzquiz; se elaboran con las bacterias lácticas presentes en la leche y con la adición del cuajo tradicional.
Quesos y Besos ha hecho posible que podamos disfrutar de nuestra Historia desde el saboraje, incorporándolo felizmente a nuestro paisaje y paisanaje tradicional.
Cuchara “catacaldos” procedente del Restaurante y Casa de Antigüedades Las Tinajas, de Guarromán (Jaén)
#CucharasDePaloDelMundo
Esta curiosa cuchara “catacaldos” me la regaló para la colección el también Comendador Custodio de Nuestra Sede Matriz de Las Tinajas, en Guarromán, Rafa Oliván (a él no le gusta que le llamamos Rafael, ¡qué le vamos a hacer!), y formaba parte de su tienda de antigüedades.
Se ha utilizado, no sabemos desde cuándo, para probar el punto de sal, o de otros condimentos, en los caldos y que no se quemase la lengua el cocinero, o cocinera, en la cata de ellos.
El extremo más ancho se introducía en el caldo caliente, hirviendo casi siempre, y se dejaba que cayera a través de la hendidura en forma de canalillo para que se enfriara, hasta que llegara sin quemar al otro extremo, una cuchara más pequeña que era la que se llevaba a la boca el guisandero que probaba el punto de sal o de picante en su justa temperatura.
Bérard es una empresa francesa que las lleva fabricando desde 1892, junto a otros utensilios de madera, en Saint-Laurent-en-Royans, entre los Alpes franceses y la Costa azul. Su proceso de fabricación es respetuoso con los bosques y el medio ambiente, y cada pieza se fabrica de manera artesanal. No es de extrañar que la utilizara Auguste Escoffier (1846-1935), que fue el prestigioso cocinero, restaurador y escritor culinario francés, que popularizó y actualizó los métodos de la cocina francesa tradicional y que es considerado como el creador de la alta cocina moderna, y el gran transformador de este noble oficio en el primer tercio del siglo XX.
La Rendición de Bailén, (1864), José Casado del Alisal. (Museo del Prado)
En las actas
del Primer Congreso sobre Nuevas Poblaciones celebrado en La Carolina en 1983,
el doctor en medicina y pediatra de Linares Jaime Nicolau Castro, a quien una
fatal enfermedad nos lo quitó de nuestro entusiasta grupo de amigos e
investigadores, hacía una breve alusión, en lo que él tituló “Mi vagar por los archivos Parroquiales de
Sierra Morena”, a la situación de los mismos en las Nuevas Poblaciones.
Para la preparación de su tesis doctoral titulada «Factores genéticos y caracteres
del crecimiento de recién nacidos sanos en nuestro medio», investigó la
genealogía hasta tres generaciones de mil niños nacidos en el Hospital Comarcal
«San Agustín» de Linares, para lo cual investigó en los archivos parroquiales
de todas las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena. Tres volúmenes no editados, y
de los cuales conservamos una copia dedicada gracias a su amistad y amabilidad,
fueron el resultado de sus investigaciones. No es este el momento ni el lugar
de hablar de su interesante trabajo científico, sino de la referencia que hace
a la partida de defunción de «un general francés muerto en Guarromán en 1808».
Guiados por la
inevitable curiosidad de todo investigador, vimos el original de tal partida en
el libro 3º de Sepelios, folio 72, del Archivo Parroquial de Guarromán, cuya
transcripción literal, además de una copia fotográfica de la misma,
reproducimos respetando su ortografía original:
«En el día diez y siete del mes de Julio, año de mil ochocientos y ocho, yo el Br. Dn. Josef Manuel Guerrero, Cura Párroco de esta Yglesia de Guarromán sepulté en su cementerio al Cadaber de M. Jacobo Gobert, General de División de los Coraceros franceses, que murió la noche antes en mi casa de resultas de la batalla de Bailén, donde recibió un Balazo por cima de la frente, y cayó soporado, y así murió. De que doy feBr. Josef Manuel Guerrero» (Sic)
Durante una
década estuvimos esperando el momento propicio para que quedara pública
constancia, en la Iglesia Parroquial de la Inmaculada Concepción de Guarromán,
de la inhumación en un nicho del cementerio anexo a ella (hoy bajo el suelo de
su sacristía), del General de la División de Coraceros del Ejército Napoleónico,
Jacques Nicolás Gobert, que participó, muriendo en sus prolegómenos, en lo que
ha pasado a la Historia como La Batalla de Bailén.
La celebración del VII Congreso Histórico sobre Nuevas Poblaciones y su relación con la Guerra de la Independencia, unido a la eficaz colaboración del entonces párroco de Guarromán, don Domingo García Dobao (bailenense de nacimiento), hizo posible que una lápida recuerde hoy a este «general olvidado de un ejército perdedor» cuando soplan vientos de una Europa pretendidamente unida y en paz, y cuando se hace desde unos pueblos que enarbolan en el lema de su bandera «Nacimos con el Fuero para la concordia de los pueblos». Concordia para los vivos desde el recuerdo a los muertos. Pólvora de la paz como salvas de ordenanza –las de los cohetes de fiesta popular–, para los que murieron por causa de la pólvora de las balas y los obuses.
El general
Jacobo Gobert (1760 – 1808), efectivamente, muere en casa del cura párroco de
Guarromán el sábado 16 de julio de 1808, festividad de la Virgen del Carmen,
después de haber sido herido en el Cerro de la Harina, próximo a Mengibar, en
uno de los varios escarceos guerreros que los días previos a la batalla
tuvieron lugar para controlar los pasos que cruzaban el Guadalquivir.
Lógicamente,
el bueno del párroco, el bachiller don José Manuel Guerrero, estando las Nuevas
Poblaciones tomadas por el ejército francés (se estima que en los días previos
a la batalla se encontraba concentrado en esta real población, que albergaba
normalmente algo menos de seiscientos vecinos, un contingente de más de diez
mil soldados franceses con todos sus pertrechos) no asentó al ilustre difunto
en el libro correspondiente hasta que no se supo el desenlace de tanto
movimiento bélico.
Ello hizo
posible que, según la partida en cuestión, reproducida unos párrafos anteriores,
el general Gobert muriera paradójicamente en una batalla en la que no pudo
participar, sencillamente porque tuvo lugar tres días después de que muriera;
los mismos días que el párroco se anticipó a darle nombre por escrito para los
anales de la Historia.
Gobert fue sepultado en los nichos que en el cementerio de Guarromán, como hace constar el párroco en la partida, había entonces para enterrar a los difuntos de mayor prestancia social, eclesiástica y militar, situados junto a los muros posteriores del templo. En el año 1950 se terminó de edificar una sacristía nueva, estando ésta a nivel del suelo del altar, para lo cual en la construcción se aprovechó la elevación que facilitaban los ya citados nichos, entre el que se encontraba el del general Gobert, cuyo esqueleto pudieron ver en su ataúd, con su sable y sus descoloridos entorchados, los albañiles que hicieron las obras, y algunos monaguillos curiosos hoy ya venerables octogenarios.
Pese a esto, el general Gobert posee una monumental sepultura en la sección de mariscales del cementerio parisino de Pere-La Chaise, obra del escultor David d’Angers, compuesta por una figura ecuestre y cuatro bajorrelieves de mármol en los que se escenifican algunas de sus gestas. Fue adquirida por la Academia Francesa el 10 de octubre de 1837 (veintinueve años después de haber muerto) y el 18 de julio de 1845 (justamente treinta y siete años después de su fallecimiento) su corazón fue depositado en la tumba en presencia de los académicos franceses Pingnard, Choquet y Achille Lecrerc.
Así lo hemos visto escrito en la biografía que
sobre él publicó en Paris C. Mulliè en 1850, bajo el título general de
Biographie des Célébrités Militaires. Entendemos que la historia de su corazón
puede encuadrarse en el ambiente romántico de la época, y que en realidad lo
que se introdujo en su sepultura bien pudo ser algún efecto personal, o, en
todo caso, algunas de las vendas manchadas con su sangre que se les hicieran
llegar por el estado mayor francés a sus familiares desde Guarromán.
Sea como fuere, el general Gobert posee dos tumbas, la de Guarromán, donde está, y la de París, donde no está, y un corazón viajero que, según su biógrafo, anduvo rodando por esos mundos cerca de cuarenta años, hasta encontrar un descanso eterno cargado de leyenda y argumento de opereta romántica, tan a la usanza de la época.
Harina de otro
costal es el asunto, a modo de leyenda urbana, de la calavera de Gobert rodando
de casa en casa, y guardada por algún tiempo debajo de la cama de un patriota
vengador que se hizo con ella a modo de trofeo. Cuando en 1950 se abrieron los
nichos de la iglesia de Guarromán nadie habló entonces, ni se ha contado
después, del esqueleto de un militar sin cabeza, al que hizo referencia
Federico Ramírez García (1850-1929), historiador de Linares, sin precisar
nombres de personas ni de lugares.
El artista
José María Casado del Alisal, pintó en 1864 una recreación totalmente ficticia
y alegórica de la Rendición de Bailén, que se encuentra en el Museo del Prado, que
reproducimos al comienzo de este artículo, en la que hizo aparecer,
supuestamente, al general de coraceros Jacobo Gobert con un uniforme español, el
brazo en cabestrillo y la cabeza vendada. Este cuadro ha sido la imagen de las
etiquetas del vino más popular elaborado en Bailén, conocido por sus gentes
como el “vino del aporreao” por la condición de herido de guerra en la que pretendidamente
aparece Gobert.
A continuación, damos a conocer la biografía del General Gobert
aparecida en las páginas 507 y 508 del volumen primero del Dictionnarie
Biographique des Generaux Francais de la Revolution et l’Empire, editado en
París en 1934 y debida a la pluma de Georges Six. Dos precisiones hay que hacer
sobre ella: La primera, que Gobert murió el 16 de julio de 1808 y fue enterrado
al día siguiente. La segunda, que es cierto que existe una tumba en el
cementerio parisino de Pére-La-Chaise, si bien está vacía, pues los restos de
Jacobo Gobert se encuentran a dos metros bajo el suelo de la sacristía de la
Iglesia Parroquial de Guarromán, desde cuando el techo de los nichos del
cementerio de personajes ilustres, anexo al muro del edificio de la iglesia,
fue aprovechado para situar sobre él la actual sacristía, hecho que ocurrió a
finales de los años cuarenta del pasado siglo XX, siendo párroco don Juan
Antonio López Valero. Todavía queda en el recuerdo de inquietos y curiosos
monaguillos de entonces, hoy octogenarios, cómo en uno de aquellos nichos
estaban «los restos de un militar con su uniforme y entorchados, con su sable,
en cuya lápida se leía un nombre extranjero y que los albañiles volvieron a
cubrir». Hubiera sido una casualidad que otro militar con un vistoso uniforme
decimonónico de oficial, al llevar espada, además de Gobert, estuviera
enterrado en la Iglesia Parroquial de Guarromán y no nos hubiera llegado
ninguna noticia de ello. Sin duda, los restos en cuestión apuntan a que son del
general de coraceros M. Jacobo Gobert, hoy rescatados para la memoria histórica
de todos
GOBERT, Jacques-Nicolas, nació en la isla de Guadalupe el 1 de junio de 1760 y murió en Guarromán el 17 de julio de 1808. Estudió en la escuela de Ingenieros Militares de Meziéres, saliendo de la misma con el grado de lugarteniente en 1780. Adscrito a l’Armée du Nord durante el periodo de la Revolución, su vida militar fue intensa y movida. En 1793 fue nombrado general de brigada, pero ese mismo año cesó en sus funciones, fue arrestado y conducido a la prisión militar de Vabbaye en París. A los pocos días fue puesto en libertad y se reintegró como jefe de batallón de ingenieros, destacado en Brest. De nuevo fue destituido en el 1795 por el Comité de Salud Pública, pero fue rehabilitado por el Directorio al año siguiente. Alcanzó de nuevo el grado de general de brigada en 1799. En 1800 fue herido de poca consideración y comienza su colaboración con el general Dupont como jefe de su estado mayor en 1’Armée d’Italie. Dos años después es enviado a Brest, desde donde participa en la organización y realización de una expedición a Guadalupe, regresando a Francia ese mismo año. En 1803 es nombrado general de división y al año siguiente obtiene la Legión d’Honneur. Con su ejército -2ª División du Corps d’Observation des Côtes de l’Oceán- llega a Vitoria el 30 de diciembre de 1807. El 24 de junio de 1808 llega a Madrid, desde donde parte para auxiliar a Dupont, que estaba en Andalucía desde comienzos de junio. Gobert pasó por Manzanares el 8 de julio y el 12 por Guarromán. Desde allí partió para Mengíbar, en donde fue herido por una bala en la cabeza el 16 de julio. Rápidamente fue trasladado a Guarromán, donde murió. Su tumba, obra de David d’Angers, se encuentra en el cementerio parisino de Pere-La Chaise. Su nombre está inscrito en el lado oeste del Arco del Triunfo de l’Etoile.
Arco del Triunfo en ParísLado oeste del Arco del Triunfo en el que se encuentra inscrito el general Gobert
Texto que recrea la página del diario del boticario de Guarromán correspondiente al día 22 de julio de 1808, en la que cuenta cómo se encontraba esta real población después de que la abandonaran las derrotadas tropas napoleónicas.
En la vid, el trigo y el olivo se encuentran las raíces de la cultura del Mediterráneo
“Recibir un premio siempre gusta y te anima. Sobre todo, cuando viene desde una institución como Diario JAÉN y se entrega en la comarca en la que vivimos y trabajamos por ella, en Sierra Morena.
Son municipios que están implicados en la historia de la Cuchara de Palo: Guarromán, por el nacimiento de la orden; Carboneros, donde entregamos nuestros premios en los últimos cuatro años, y La Carolina que es donde se celebra el acto gastronómico de los premios de La Cuchara de Palo”.
Estas son las palabras de José María Suárez Gallego, cronista oficial de Guarromán y presidente, maestre prior de la Muy Ilustre y Noble Orden de los Caballeros de la Cuchara de Palo, que recibe el Premio Cultura Gastronómica.
Añade que recibir el galardón Reino de Jaén le supone una doble satisfacción, “por ser premiado en la comarca en la que surgió la Orden, que se apoya en la historia de los colonos que vinieron en el siglo XVIII”.
Suárez Gallego recuerda que la protohistoria de La Cuchara de Palo surgió el 24 de diciembre de 1983 en Guarromán. Un grupo de amigos nos reunimos a comer el almuerzo del día de Nochebuena de forma fraternal. No éramos parientes pero sí formábamos una familia en nuestros trabajos cotidianos en Guarromán, de ahí que eligiéramos la comida de un día tan señalado para reunirnos, reservando la cena para la llamada familia de sangre. Pero, como él, además, es cronista oficial de Guarromán, en una investigación que hizo en el Archivo de Simancas localizó un documento en el que el superintendente de Carlos III, Pablo de Olavide, mandó que los alcaldes pedáneos se eligieran el día 24 de diciembre a las tres de la tarde.
“Eso coincidía con lo que nosotros, sin saberlo, veníamos haciendo”, precisa José María Suárez Gallego. Realmente, debía ser una fiesta, apostilla, ya que la matanza estaba recién hecha; la cosecha de aceituna, que en el siglo XVIII era mucho menor que la que hay ahora, estaba acabada e, incluso, el vino de la uva vendimiada en septiembre, ya estaba en su punto.
Si se unen estos aspectos, aquellos colonos que iban a la casa del alcalde saliente, se quedaban a comer allí. Cada cual portaba su cuchara, que era de palo. Cuando los franceses intentan suprimir el fuero otorgado por Carlos III, los colonos reivindican sus derechos forales, y uno de ellos era no ir al ejército, levantando sus cucharas de palo, las que llevaban para elegir a sus alcaldes.
Toda esa historia se hila y permite que el 10 de marzo de 1990 naciera la Muy Ilustre y Noble Orden de los Caballeros de la Cuchara de Palo, sin otros fines que defender la cultura del olivo, como árbol de la paz, y defender el santo y seña de nuestra cultura gastronómica que es el aceite de oliva virgen extra”.
En este caso, la defensa del aceite y del olivo la hacen con la cuchara de palo.
Fuente: Real Asociación Española de Cronistas Oficiales
José María Suárez Gallego, Premio a la Cultura Gastronómica, de Diario Jaén