¡Oh Groucho Trump!

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(Artículo publicado en Diario JAÉN el viernes 11/11/2016)

El vivir de cada día nos suscita a cada paso la eterna duda entre optar por la seguridad de un futuro resuelto, o elegir el riesgo y la incertidumbre de no saber si mañana amaneceremos pez, sonrisa o patada en la entrepierna. Woody Allen, en su ya legendaria encíclica en blanco y negro Manhattan, se planteaba el «además» que le pedía a la vida el hombre que había conseguido asegurarse el plato de lentejas diarias. La sociedad competitiva en la que nos derramamos cada mañana al levantamos, nos adiestra cumplidamente en el positivismo del «vale más pájaro en mano que ciento volando«, y una vez enjaulado el pájaro de nuestra seguridad, el «además» que le pedimos a la vida es que no se nos niegue la capacidad de soñar con los cien pájaros que siguen volando. Si no fuera así no se entendería la amplia oferta de productos que el Organismo Nacional de Loterías y Apuestas del Estado pone a nuestra disposición, a modo de redes, para capturar el «además» que a la vida se le pide por un golpe de suerte. Será por ello por lo que cada vez  se ve más gente haciendo cola ante las administraciones de loterías para encomendarse a la diosa Fortuna, que ante las iglesias para hacerle rogativas al santo  protector de cada cual.

Afortunadamente, según una reciente encuesta, la tendencia de nuestros universitarios a querer ser funcionarios públicos ha evolucionado hacia el 25%, cuando hace escasamente dos décadas era del 90%. Parece ser que el discurso del emprendimiento popularizado en los últimos años ha calado entre nuestros jóvenes  y uno de cada cinco quiere  ser “emprendedor”. No hace tanto tiempo, la inmensa mayoría, mayoría aplastante, de nuestra juventud mejor formada soñaba con el «pájaro en mano» y una minoría, ridícula minoría, aspiraba a volar en el excitante riesgo junto a los cien pájaros no enjaulados. Ha habido para ello que echar mano de los eufemismos, y lo que antes era un empresario se ha transformado en un emprendedor. Para entender esta evolución basta con leer la primera acepción de la voz empresa que nos da el Diccionario de la Real Academia: “Acción ardua y dificultosa que valerosamente se comienza«. Hay un desconsuelo en este eufemismo que se evidencia sin necesidad de encuestas, ni estadísticas: Un gran número de empresarios de los que han funcionado en Jaén, es decir que han creado trabajo y riqueza en nuestro ámbito regional, no pasaron por la universidad. Pero se nos funden los plomos de nuestros esquemas al saber que tanta preparación y tanto esfuerzo de un capital humano de alta cualificación, sueñe con irse al extranjero o con alimentar al voraz dragón de la burocracia del Estado, cuando lo que demanda lo  que queda de la pretendida sociedad del bienestar, para mantener precisamente la maquinaria estatal, es que cada vez haya más recursos humanos creativos, más empresarios o emprendedores velando in situ porque los cien pájaros volando no se malogren, precisamente en un entorno en el que la filosofía al uso cada vez es más la de la provisionalidad de lo estable.

        El pasado día nueve, anteayer sin ir más lejos, un día señalado que eligió la recordada Cecilia como fecha para que un desconocido le mandara un ramito de violetas a una mujer casada, resultando que no era otro que su propio marido jugando a ser romántico, un multimillonario xenófobo, racista, machista, irrespetuoso con los discapacitados, insolidario etc. ha llegado a ser el inquilino de la casa en la que vive el presidente del país más poderoso del mundo. Aún no sé si he de llamarlo empresario o emprendedor, pero por lo pronto ya es el primer funcionario de un país que sabe reflejarse como nadie en el espejo de a quien elige como gobernante.

         Al final tendremos que preguntarnos, medio siglo después de cuando pedíamos en Paris lo imposible, y que el mundo se parara para bajarnos, qué hemos hecho mal para que la gente no tenga otra esperanza que ser gobernados por  catetos “ostentoreos” que han sabido venderle al pueblo el verdadero significado que encierra la verborrea burocrática de «la  parte contratante de la segunda parte» de Groucho Marx.