El pito del sereno

Autovía IV a su paso por Despeñaperros.

La vida sólo te permite llorar, o sobre tu ombligo, si no dejas de mirártelo desde el victimismo, o en el vaso de la paciencia resignada. En el primer caso no hay gota que lo colme nunca, porque todas las lágrimas chorrean hacia la complacencia masoquista; en el segundo, sí es posible que una lágrima lo haga rebosar, transformando la tristeza resignada en indignación capaz de hacer cambiar las cosas.

No nos engañemos, la Humanidad ha progresado dando puñetazos en la mesa, con gente que ha llevado su cabreo hasta los mismos muros de la Bastilla, y nunca aceptó asumir el “eso es lo que hay, y confórmate” como un buen argumento.

La resignación siempre ha sido el mejor sofá para aceptar desde el confort que la vida es un valle de lágrimas que nunca llega a ahogarte el ombligo, siempre que las lágrimas no acaben llegando al vaso de la paciencia y la resignación, porque entonces llega a rebosar ahogando el miedo colectivo de un pueblo, poniendo a flote su dignidad.

Nuestro inolvidable y genial Miguel Hernández bien pudo completar los versos que han acabado siendo nuestro himno provincial: Jaén levántate brava sobre tus piedras lunares, no vayas a ser esclava con todos tus olivares y… todas las cabronadas.

Siempre se ha dicho que el hombre como el pez muere por la boca, pero no sólo por lo que come y por lo que bebe, sino también por lo que habla. Y esto es válido, sobre todo, para los que se ganan la vida hablando, es decir, para los parlamentarios, que, en el castellano más puro y lógico, según las etimologías de mi contertulio el Caliche, doctor en ciencias tabernarias, habría que llamarlos simplemente los “hablamentarios”. La política, como afirman los “politólogos” que saben de esto, es el arte de lo posible, y ya decía también un eminente torero metido a filósofo que “lo que no puede ser no puede ser, y además es imposible”. De ahí que la política, a veces, sea también el “desastre de lo imposible” gracias a algunos de sus políticos en los que perdura el ADN del viejo caciquismo localista.

La lección primera que debe aprender todo político es que sólo a los enamorados y a los poetas, que creen en lo imposible, les está permitido decir lo que piensan. Y a la vista está, tarde o temprano a los enamorados se los acaba tragando el desamor y la desidia de lo cotidiano, y a los poetas… ¡ay, a los poetas no los toma en serio nadie! Sin embargo, fue un poeta, precisamente, quien dijo que unas veces por prudencia y otras por cautela nos paren con cuentos, nos mecen con cuentos, y a la luz de cuatro cuentos, y con los pies por delante, acaban haciéndonos ciudadanos de la Eternidad, sobre todo de la eternidad del olvido y del ninguneo.

Estamos sujetos a la inexorable ley de Murphy: “Si algo puede salir mal, saldrá mal”. Ley que desde el fatalismo que heredamos de la cultura árabe y el victimismo resignado del que hacemos gala las gentes de Jaén, tiene su extensión metafísica en “…y además es muy probable que salga mal”. Dicen que el tal Murphy fue más expeditivo al formular la segunda parte de su famosa ley: “Es inútil hacer cualquier cosa a prueba de ineptos, porque los ineptos suelen ser muy ingeniosos para salirse con la suya, que precisamente nunca es la nuestra«.

En la última mitad del siglo XVIII nació en España la figura del sereno, vigilante de noche y custodio de las calles de muchos de nuestros pueblos y ciudades, y que en el siglo XIX formó parte del costumbrismo literario de ellas. El sereno iba provisto de un pito, de un silbato, con el que alertaba a la policía de posibles desórdenes e incendios. Su exceso de celo hizo que por cualquier nimio motivo hiciera sonar el silbato en la noche, con lo cual la policía dejó de prestarle atención como señal de emergencia, ignorando el pito del sereno por ineficaz.

En Jaén, o pitamos todos juntos, o los serenos de turno se quedan sin su pito, y sobre todo sin el pesebre que alimenta su ineficacia.

¡A ver si el domingo despeñamos en Despeñaperros, de una puñetera vez, el pito del sereno por el que nos tienen tomado a Jaén!

© José María Suárez Gallego

Publicado en Diario Jaén el viernes 5 de marzo de 2021

Septiembre, el eterno retorno.

Desde antaño se han empleado en estas tierras las plantas aromáticas como aderezo y condimento. Nuestros antepasados, los iberos, sin ir más lejos, que llevaban figurillas de bronce como ofrenda a la cueva del Collado de los Jardines, la enigmática «Cueva de los muñecos» del Parque Natural de Despeñaperros, corazón mágico de Sierra Morena, gente sabia, las empleaban en abundancia formando parte de un arte ancestral que aún perdura en la memoria colectiva. Elegir las hierbas aromáticas que cada plato necesita es, sin que un guisandero actual llegue a sospecharlo, un ritual culinario que antiguamente constituyó un tributo hecho ofrenda a la Naturaleza. El eterno retorno. El estar volviendo a empezar siempre. La razón última que justifica que todo tiene sentido para los hijos de la Madre Naturaleza, sobre todo cuando aspiran, como un fin último, a no tener en ella una madrastra como la de La Cenicienta.

            Durante el Renacimiento, la cocina más culta que se vio inmersa en el huracán de las especias, retornó a las hierbas, práctica que los agricultores de cada lugar, y los monjes medievales, no habían abandonado nunca. La hierba más simple, cortada fresca y secada en tiempo y forma, ennoblecía la carne más común y plebeya, no ya por sus ricos perfumes sino por sus virtudes terapéuticas. Junto a la biblioteca del monasterio más pobre y remoto, en el que dormía entre viejos códices el secreto no apto para los no iniciados, en el herbolario para las hierbas secas, y en el jardín para las frescas, atesoraban miles de misterios por descifrar escritos en cada hoja y cada tallo de cualquier hierbecilla silvestre. Aún perduran hoy, como prueba de ello, los licores salidos de las viejas abadías, fruto del secreto de sus códices y del misterio de sus herbolarios.

            Vemos como la razón última de las plantas aromáticas no era sólo hacer sublime la modesta cocina del campesino, sino hacer nutritiva la vianda más frugal, y digestiva la pitanza más dura de roer. Su riqueza en sales minerales, en alcaloides que dirían los químicos, y en vitaminas cuando son frescas, las hacen indispensables en la cocina popular y tradicional, que, si bien nunca fue proclive a juntar saberes de libros con pucheros y fogones, nunca le faltó el sentido común ardiendo entre las ascuas para convertir los saberes populares en sabores.

            Prueba de lo dicho es que los romanos cuidaban sus conejos enfermos de cólico con hinojo, además de utilizar sus semillas para ellos mismos como estimulantes estomacales, carminativas y liberadoras de gases, y proclives a abrir el apetito. Los gladiadores tomaban hinojo como generador de fuerza para vencer al contrario y así salvar la vida. Los griegos la elevaron a la categoría de planta sagrada, hasta tal punto que coronaban a los ganadores de los juegos de Olimpia con una corona de hinojo, pues pensaban que los libraba de la grasa superflua del cuerpo, como justo premio a los que habían conseguido con disciplina, vencerse a sí mismos, conservando el rito de la corona de laurel para los que vencían a otros en el campo de batalla.

            Los sabios griegos creían que el conocimiento y la sabiduría se encontraba en el tallo del hinojo, del mismo modo que lo consideraban como protector contra las malas artes de la brujería y los malos espíritus, tal vez fuera por ello por lo que los árabes andalusíes, a falta del tabaco que no conocían por no haberse descubierto América entonces, lo masticaran por entretenimiento, costumbre que en medios rurales llegó hasta tiempos de Isabel II en el siglo XIX.

            Sin duda alguna, adentrarse en Sierra Morena y disfrutar en grata compañía de un conejo guisado al hinojo, es darnos una oportunidad para experimentar en propia carne que lo qué somos y dónde lo somos es fruto de un constante renacimiento, un eterno retorno al mismo sitio del que nunca nos hemos ido, y del que, si somos sensatos, nunca debemos irnos: Nosotros mismos.

            Septiembre no huele a bronceador de verano, como agosto; ni a naftalina de otoño, como octubre. ¡Huele a eterno retorno!

© José María Suárez Gallego

Publicado en el Diario JAÉN el viernes 4 de septiembre de 2020

Despeñaperros emociona

Hoy viernes y mañana sábado van a tener lugar en la población de Santa Elena las Jornadas sobre Patrimonio Histórico y Cultural del Parque Natural de Despeñaperros, con las que su Junta Rectora, al amparo de la Delegación de la Consejería de Agricultura, Ganadería, Pesca y Desarrollo Sostenible, y la colaboración del Ayuntamiento de Santa Elena, ha querido conmemorar el trigésimo aniversario de la creación de este parque natural en 1989. Estas jornadas, como las que se celebraron en el pasado mes de mayo con el mismo motivo poniendo de manifiesto los aspectos de biodiversidad y medioambientales de Despeñaperros, han sido coordinadas por su director conservador el doctor en Biología José Ambrosio González Carmona.

            El Parque Natural de Despeñaperros, pese a no tener una extensión sobresaliente, como ocurre con otros de la provincia, posee una riqueza en flora, fauna y geología que lo hacen peculiar, si bien son sus aspectos históricos los que hacen de él un rico poliedro  cultural digno de tenerse en cuenta a la hora de conocerlo y disfrutarlo, en el que la gastronomía tradicional de su entorno es un acicate más para que la palabra cultura se escriba con letras mayúsculas cuando se une a su nombre.

            En la provincia de Jaén se encuentran numerosas manifestaciones del arte rupestre mediterráneo, que forman parte del conjunto declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el año 1998. En el entorno del Parque Natural de Despeñaperros se encuentran varias decenas de estas manifestaciones pictóricas. Será el profesor Miguel Soria Lerma quien ponga de manifiesto la importancia de este patrimonio cultural.

            La directora del Museo Íbero de Jaén, Concha Choclán Sabina, disertará sobre la historia del santuario íbero de la Cueva de los Muñecos, situada en el Collado de los Jardines.

            El catedrático de Historia Medieval de la Universidad de Jaén, y presidente de los cronistas oficiales de la provincia de Jaén, Juan Carlos Castillo Armenteros, versará sobre el Despeñaperros medieval y el origen y evolución de sus estructuras y conjuntos fortificados.

            El sábado, el cronista oficial de Santa Elena, Francisco José Pérez-Smith Fernández pondrá de manifiesto los aspectos históricos de los caminos reales y el paso de Despeñaperros en el contexto del proyecto ilustrado.

            María Águeda Castellano Huerta, presidenta de la Comisión Nacional para la Conmemoración del 250 Aniversario de la Promulgación del Fuero de 1767, hablará de Despeñaperros en el contexto de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena.

            El historiador Francisco Cerezo Villa tratará sobre el bandolerismo en Sierra Morena, tema en el que Despeñaperros sigue formando parte de un mito que cabalga entre la realidad histórica y la leyenda popular.

            Me tocará a mí hacer una modesta aportación para clausurar las jornadas como investigador y presidente de su Junta Rectora, poniendo de manifiesto las raíces culturales del Parque Natural de Despeñaperros y hacia donde crecen sus ramas, o sería bueno que crecieran, en un futuro previsible.

            Un parque natural, un espacio protegido, debe ser ante todo un ejercicio de didactismo encaminado a poner en valor la capacidad de respetar como una de las facetas más valorables del ser humano. Respetar el entorno que habitamos y con quienes lo compartimos es lo que sublima nuestra condición humana. Sin la capacidad del respeto hacia lo diverso y lo distinto es imposible que florezca la cultura.

            Despeñaperros siempre me ha sugerido una tremenda emoción, la del zaguán que da entrada a la propia casa cuando se regresa. De Despeñaperros no nos vamos nunca, pero siempre tenemos la sensación de estar regresando.

            Y tras la hendidura de Despeñaperros se abren las tierras de Olavidia. ¡Por fin Andalucía!, emoción que se derrama de las entrañas mismas de Sierra Morena buscando el curso del padre Guadalquivir para abrazarse con la mar océana en la lejana Sanlúcar. Y a lo alto Santa Elena, bajo la mirada centinela del Castro Ferraz, actúa como partera en el nacimiento de las tierras andaluzas.

© José María Suárez Gallego

Ponentes y miembros de la Comisión Nacional Fuero 250
Publicado en Diario Jaén el viernes 29 de noviembre de 2019

El bosque de Olavidia

DESPEÑAPERROS EL BOSQUE DE OLAVIDIA

Parque Natural de Despeñaperros. Vistas desde Castro Ferraz. (Foto de Santi Lloreda)

 

(Publicado en Diario Jaén el viernes 29 de junio de 2018)

 

            Cuenta el sexto conde de Fernán Núñez, Carlos José Gutiérrez de los Ríos y Rohan, que fue a la sazón gentil hombre de cámara (ayuda de cámara) del rey Carlos III, y quién mejor lo conocía en la cotidianidad del palacio, que solía decir este rey que fundó las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y Andalucía, que era “primero Carlos que rey”, con lo que quería dejar constancia que sus obligaciones como hombre no las eximia su condición de rey. Carlos III fue un hombre austero, parco en el comer, amante del chocolate, irónico, sarcásticamente burlón, con un gran sentido del humor, metódico, cazador empedernido, amante de la naturaleza y dicho en palabras de hoy en día: “respetuoso con el medio ambiente”, aunque fue un rey constructor, que, en palabras del marqués de Esquilache, todo lo que fuera destruir se oponía diametralmente a su genio: A este Señor le ha de arruinar el mal de la piedra.

            En 1768, el año posterior a la promulgación del Fuero, se estaba construyendo el camino de Madrid al Pardo. Dio la orden el rey de que se economizara mucho la tala de encinas, hasta tal punto que se dejó un pequeño ensanche en el camino rodeado de algunas de ellas con una en el centro somo señal de haberse obrado como el rey había dispuesto.

            Cuenta el conde de Fernán Núñez que cada vez que Carlos III pasaba junto a esa encina solía exclamar: “¡Pobre arbolito! ¿Quién te defenderá después que yo muera?” El historiador Antonio Ferrer del Río, dejó constancia de que el rey Carlos IV mientras vivió la defendió, siendo las tropas napoleónicas las que enteradas del simbolismo de esta la cortaron para leña nada mas poner un pie en Madrid.

            Esta anécdota protagonizada por una encina y el rey que fundó las Nuevas Poblaciones, sirvió en 1988, año en el que se conmemoraba el bicentenario de su muerte, para que en el mes de octubre de ese año se plantara en Guarromán un árbol de esta especie sobre el lecho de las tierras  que cada alcalde trajo de su municipio,  constituidos como tales desde que fue derogado el Fuero en 1835: La Carolina, Guarromán, Carboneros, Santa Elena, Arquillos, Aldeaquemada y Montizón en la provincia de Jaén;  Almuradiel en Ciudad Real; La Carlota, Fuente Palmera y San Sebastián de los Ballesteros, en Córdoba; y La Luisiana y Cañada Rosal en Sevilla.

            Aquella encina plantada hace ahora treinta años, campea hoy como su símbolo de unidad en la bandera de la Mancomunidad Cultural de las Nuevas Poblaciones, la Olavidia de nuestros sueños y nuestros proyectos siempre vigentes.

El día 5 de julio próximo, fecha de la conmemoración del 251 Aniversario de la promulgación del Fuero, concluyen en La Carlota los actos institucionales que comenzaron en La Carolina justamente hace un año. La Comisión Nacional Ejecutiva para la conmemoración del Fuero 250 disolverá todas sus comisiones, y de forma oficial los actos habrán concluido. Puestos a recapitular desde esta Comisión Nacional puede decirse que en un ochenta por cierto se han cumplido sus objetivos, siendo el más importante el que las gentes de estos pueblos, a los que se ha unido el gaditano de Prado del Rey y las entidades locales autónomas cordobesas de Fuente Carretero y Ochavillo del Río, hayan encontrado en estas celebraciones un motivo de identidad común repartidas en dos comunidades autónomas y cinco provincias. Las gentes de las Nuevas Poblaciones han descubierto que al conmemorar estas fiestas del Fuero no se han disfrazado de colonos ni esto es un carnaval, se han “investido” de ellos y del espíritu de sus antepasados que hizo posible que tras las mayores dificultades se mantenga vivo el sueño en una sociedad más justa, más libre y más fraternal y solidaria, sueño que aún pervive.

El Parque Natural de Despeñaperros va a acoger un bosque de diecisiete encinas, una por cada población, y otra más que representará a la comisión que les ha servido como punto de unión a todas ellas en esta conmemoración. Despeñaperros de nuevo verá llegar a los colonos por su camino real, con la emoción de saber que 250 años después también han llegado a casa.

 

ARTICULO EL BOSQUE DE OLAVIDIA FOTO DEL MISMO EN EL DIARIO JAEN

El lince Olavide

LINCE OLAVIDE

Suelta del lince Olavide en el valle del Guarrizas, Sierra Morena (Jaén)

 

(Publicado en Diario Jaén el viernes 9 de febrero de 2018)

 

Hace unos días, los escolares de 5º y 6º de Primaria del CEIP Carlos III de Santa Elena han bautizado con el nombre de “Olavide” a un lince que se liberará próximamente en el valle del río Guarrizas, una de las dos zonas de reintroducción del lince ibérico en la comunidad andaluza.

El proyecto Life+Iberlince pretende la recuperación de la distribución histórica del lince ibérico (Lynx pardinus) en España y Portugal. Según el método que siguen los técnicos de Iberlince para darle nombre a los ejemplares que se van a soltar este año, todos ellos deben comenzar por la letra O, y para ello han posibilitado que a través de las redes sociales todo el mundo pudiera hacer una propuesta de nombre con esta condición. Han sido los escolares santaeleneros, en cuyo municipio se encuentra enclavado el Parque Natural de Despeñaperros, los que han unido su interés por la conservación del medio ambiente, y su deseo por conocer mejor su historia, los que han aprovechado la celebración del  250 aniversario de la promulgación del Fuero de Población por el que se fundaron las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y Andalucía, y le han dado el nombre de quien hizo posible estas colonias en el siglo XVIII, el intendente Pablo de Olavide, a un lince que recorrerá y vivirá en los mismos parajes de Sierra Morena que aquellos colonos que los pusieron en cultivo ganándoselos al paisaje montaraz.

Curiosamente el nombre que se la ha puesto, Olavide, hace justicia a la tercera acepción con el que el Diccionario de la Real Academia Española define lince: Persona aguda, sagaz.

Sin lugar a duda Pablo de Olavide hizo gala de su agudeza y sagacidad al ponerse al frente del que fue tenido como el proyecto estrella del reinado de Carlos III, ni más ni menos que tratar de poner en marcha una sociedad agraria que sirviera de modelo al resto de los pueblos de Andalucía y el resto de España, en el que entre otras cosas se implantaba la enseñanza primaria como obligatoria, y se comenzaba a valorar el trabajo de la mujer en aquella sociedad agraria que pretendía ser modelo. El propio Olavide lo dejó escrito cuando las envidias e intrigas en la Corte de Carlos III dieron con sus huesos en la cárcel y fue procesado por la Inquisición: «Yo me había figurado dar en las colonias un modelo de aplicación a todos los pueblos de España y en especial a los de Andalucía»

Cabe preguntarse si la colonización de Sierra Morena y Andalucía, aquel proyecto destinado a que Europa volviera su mirada hacia la gloria de Carlos III, aquel primer intento de un proyecto de Europeidad triunfó o no. No sería fácil cuantificar y cualificar bote pronto un posible triunfo o fracaso siendo tantos y tan variados los aspectos para tener en cuenta. Material de trabajo para ello se ha generado en el transcurso de los nueve congresos históricos que desde 1983 se han celebrado en estas Nuevas Poblaciones. Sólo invito a quién se adentre en este espacio histórico a que visite estas colonias dos siglos y medio después de haber sido fundadas. Seguirá encontrando hombres y mujeres que trabajan por su tierra desde un aliento colectivo adobado por sueños de colonos del siglo XXI, evidencia de que el proyecto primitivo de los ilustrados no ha terminado y queda mucho por hacer. No puede haber fracasado, por tanto, lo que aún está construyéndose.

Todos aquellos lugares se aglutinan hoy bajo la misma bandera celeste, blanca y verde que en 1988 dio lugar a la Mancomunidad Cultural de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y Andalucía, la Olavidia que trata de llevar felizmente al futuro los proyectos del presente que se urdieron con las mimbres de un pasado común. No en vano en el timbre del escudo enarbolan su lema: “Nacimos con el Fuero para la concordia de los pueblos”. Como un intento cargado de didactismo de no olvidar los orígenes, aunque se encuentren derogados, y no perder el rumbo encaminado a ganar cada día la meta del progreso desde la tolerancia, la libertad, la cultura y la concordia.

Larga vida pues al lince Olavide, él es un símbolo de que no sólo somos historia y seguimos vivos y coleando.

EN LA SUELTA DEL LINCE OLAVIDE

Autoridades y niños que participaron el suelta del lince Olavide.

 

ARTICULO DEL LICE OLAVIDE EN DIARIO JAEN

 

 

 

Tortilla al gusto de Alfonso XIII

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Tortilla al gusto de Alfonso XIII, en el Mesón Despeñaperros, de Santa Elena.

MEMORIAS DE TABERTULIA

…Y tras la hendidura de Despeñaperros se abren las tierras de Olavidia. Por fin Andalucía, emoción que se derrama de las entrañas mismas de Sierra Morena buscando el curso del padre Guadalquivir para abrazarse con la mar océana en la lejana Sanlúcar. Y a lo alto Santa Elena, bajo la mirada centinela del Castro Ferraz y el Muradal, actúa como partera en el nacimiento de las tierras andaluzas.

Ni qué decir tiene que la entrada a este viejo Reino de Jaén desde la Mancha es todo un espectáculo de luz, color y hasta sabor. Frente al horizonte manchego, rectilíneo e impreciso en la lejanía, se antepone el horizonte quebrado, incrustado en Sierra Morena con la precisión de las quebradas que a tiro de piedra parecen abrirse en el desfiladero. Lugares mágicos como la Cueva de los muñecos en el Collado de los Jardines donde los iberos depositaban figurillas como exvotos a sus deidades.

La entrada a Jaén, y por tanto a Andalucía, por el camino del norte ha cautivado a reyes, nobles, viajeros y bandoleros. Habrá de decirle al arzobispo de Toledo, Rodrigo Ximénez de Rada, el rey Alfonso VIII, aquel 16 de julio de 1212 cuando la Batalla de las Navas de Tolosa: «Muramos aquí yo y vos, buena nos es en este lugar la muerte«. Pero no habrían de morir extasiados por el paisaje, pues un pastor que unos dicen se llamó Martín Halaja y otros Martin Malo, y la leyenda cuenta que fue el mismísimo San Isidro, les habría de indicar con una de sus vacas un paso propicio por donde ganar la batalla. Como recuerdo quedaría en aquel sitio para los siglos venideros, una ermita en honor de Santa Elena, madre de Constantino el Grande, que custodió la cruz de la Cristiandad

La leyenda hecha tradición quiso situar por estos pagos la mítica cueva del bandolero José María «El Tempranillo», y dicen que en los días de tormenta cuando amaina el viento y deja de asustarnos el rayo con el estallido de su trueno, en el aire limpio, aún se oyen los cascos de los caballos de su cuadrilla batir su huida por el desfiladero.

Y si un rey Alfonso, el VIII, quedó unido a la historia de Santa Elena por culpa de una batalla, será otro rey Alfonso, el XIII, el que también se una a la historia de este bello lugar por mor de una singular tortilla a la que dio nombre, la «tortilla Alfonso XIII», que aún puede degustarse en su Mesón teniendo a lo lejos como paisaje el espectacular paso de Despeñaperros. Su origen hay que buscarlo en los años veinte del pasado siglo y en el que fuera cocinero del Marqués de Comillas, padre de los primeros dueños de este mesón, quien estando invitado el rey Alfonso XIII en casa del marqués y queriendo quedar a la altura de tan egregio paladar, hizo una tortilla con la que sorprendió muy gratamente a su majestad. Tenía como ingredientes, además de los consiguientes huevos de toda tortilla, jamón picado, champiñón, trufa y riñones de cordero, todo ello en una base de una rebanada de pan frito, adornado con un champiñón, regado con tomate frito, un huevo asado y todo ello rematado y ensartado en un espadín toledano. Saboraje que se funde en el paisaje del Parque Natural de Despeñaperros desde donde nace Andalucía en el regazo mismo de Santa Elena, con la intimidad de un zaguán y con la complicidad de la luz y la leyenda de las tierras de Olavidia, que como un abrazo acogen al viajero.

© José María Suárez Gallego

(@suarezgallego)