Bestiario

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Ilustración de Ana María McCarthy, La colmena y el Patio de los Naranjos

 

Fue el cineasta bilbaíno Víctor Erice quien en su película “El espíritu de la Colmena” (1973), nos contaba, a modo de leyenda subliminal de posguerra, la fascinación de una niña rural por la figura de Frankenstein. Todos, al fin y al cabo, vivimos atrapados por la colmena y su espíritu, que por un lado nos tiraniza con su sistema férreamente organizado, y por otro nos permite hacer de la imaginación la mejor solución para sobrevivir en la geometría impersonal de sus celdillas  hexagonales.

La colmena, sobre todo en épocas de crisis como ésta que ahora vivimos, es el paradigma del espíritu de  solidaridad y colaboración de una sociedad que habiendo sido amamantada por las vacas gordas, ahora se defiende de las dentelladas rabiosas de las vacas flacas, como si se tratara de cerdos en su marranera viviendo la existencia feroz de la pocilga. A mordiscos y hocicones defienden su comida y su rodal de podredumbre, compartiendo con sus congéneres sólo el lodazal y la inmundicia en la que todos se revuelcan –y nunca mejor dicho– como marranos en un charco.

A las abejas, por el contrario, las une la perfección de sus panales,  la utilidad de su cera y la golosina de su miel. A los cerdos que comparten zahúrda  y marranera los mantiene unidos, en una palabra, la mierda común en la que retozan y con la que se embadurnan.

En el fondo, todos  aspiramos a convertirnos en la mosca cojonera de nuestras moscas cojoneras, y  esa metamorfosis hace que el inquieto mulo del destino siga dando violentas coces en la cuadra de nuestras conciencias. Impagables moscas, que volando como abejas emuláis a los cerdos, pero nos mantenéis despiertos y ligeros de equipaje a la sombra estéril de los vanidosos laureles.

Bien que lo dice don Quijote después de ser apaleado por los presos que él mismo liberara del cordel de condenados a galeras: “Siempre, Sancho, lo he oído decir, que el hacer bien a villanos es echar agua en la mar.

(@suarezgallego)

El espíritu de la zahúrda

ZAHURDA

Cerdos en su zahúrda

Camilo José Cela en su novela “La Colmena”, llevada al cine en 1982 por Mario Camus, nos presentaba el complicado y  perfecto puzzle de un grupo de personas que vive,  pervive y sobrevive en el Madrid de 1942, en plena postguerra.

 La colmena, sobre todo en épocas de crisis, es el paradigma del espíritu de  solidaridad y colaboración, de cómo se apoyan unos a otros en un entorno que aparentemente se derrumba. Frente a él existe lo que bien puede llamarse el espíritu de la pocilga, de la zahúrda, o de la cochinera, dicho en el lenguaje que nos es más próximo. Los cerdos, a diferencia de las laboriosas abejas, viven una existencia feroz  en la marranera. A mordiscos y hocicones defienden su comida y su rodal de podredumbre, compartiendo con sus congéneres sólo el lodazal y la inmundicia en la que todos se revuelcan, y nunca mejor dicho, como marranos en un charco.

A las abejas, por el contrario, las une el afán de construir desde la perfección de sus panales, la utilidad de su cera y lo goloso de su miel. A los cerdos que comparten zahúrda  y marranera los mantiene unidos, en una palabra, la mierda común con la que se embadurnan.

No se si la conexión antagónica entre ambos espíritus, el de la abejas y el de los gorrinos, es que la colmena produce cera que ilumina y miel que endulza, mientras que el espíritu de la pocilga hace del estiércol compartido la única causa común de una existencia colectiva. A los cerdos en la marranera los une la porquería que detestan, pero sin la cual perderían su identidad primera. Los chillidos del cerdo que va a ser sacrificado, en definitiva, son acallados descaradamente por los gruñidos de complacencia de los integrantes de la pocilga en pleno, que prefieren vivir para engordar permaneciendo ajenos a una cruda y anodina realidad. De ahí  que la miel de la colmena no se haya hecho para el hocico del cerdo en su pocilga.

Bien que lo dice don Quijote después de ser apaleado por los presos que él mismo libera: “Siempre, Sancho, lo he oído decir, que el hacer bien a villanos es echar agua en la mar.” (Primera parte, cap. XXIII)

Publicado en Diario JAÉN el martes 22 de julio de 2014

©José María Suárez Gallego