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Del diario de Don Raimundo de Calanda, farmacéutico de la Real Población del Sitio de Guarromán
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Guarromán, viernes 22 de julio de 1808
Escribo desde la soledad de mi rebotica cuando ya es de noche y sólo la luz del candil grande, el de bronce, me alumbra la luz que mis ojos no hubieran querido ver durante los desgraciados sucesos de estos últimos días. No hay Luna y aún dura el sofoco del calor que ha hecho todo el día.
Las tropas de los invasores se han marchado de Guarromán dejándonos la desolación de los pozos sin agua, las despensas vacías, nuestras cuadras esquilmadas y el miedo en las entrañas de todos los hijos de este pueblo. No sabemos si volverán. Ni tan siquiera lo sabe el alcalde Sheroff, don Diego, que ha llegado esta tarde, como me acaba de contar, con sus dos alguaciles hasta más allá del camino de Matacabras. Miedo y desolación es lo único que han visto en las rastrojeras quemadas.
Me ha dicho que Juanmarianico, el condenado aguador bobalicón de la Venta del Príncipe, que siempre anda bullendo con la tropa gabacha para que le pongan el “casco de los pelos colgando”, ha llegado hasta la ermita de Nuestra Señora de Zocueca en El Rumblar por las trochas de Baños, y cuenta horrorizado que ha visto muchos soldados muertos sin enterrar; algunos con los ojos abiertos. El pobre faltuzco ha entrado en el pueblo por el camino de la sierra, con las alpargatas rotas y polvorientas; con un casco de los que les gustaba puesto en la cabeza, y arrastrando una coraza. Gritaba todo contento: “¡Están muertos, están muertos! ¡Los he visto! ¡Los pájaros se están comiendo sus ojos!” Don Diego ha mandado que su madre lo retenga en su casa, así tuvieran que ponerle las cadenas del calabozo de la Intendencia, no sea que los gabachos retornen hacia La Carolina y viéndolo vestido así, y no sabiendo la falta de entendederas del desgraciado lo fusilen por su chufla al Imperio.
Don José Manuel, mi buen amigo el párroco, ha oído del sacristán que los franceses se han rendido en Bailén, y que el Rey los va a dejar volver a La Mancha, pero sin las armas y hechos prisioneros. Tememos que ocupen de nuevo Guarromán y que con su sola ira de sentirse perdedores arrasen lo poco que nos han dejado. El párroco no hace otra cosa que tener a las mujeres rezando un rosario detrás de otro en la Iglesia, y rogando a Nuestra Señora del Carmen que nos libre de ellos como nos libró del general Gobert la semana pasada. A penas un caldo de cebada y un trozo de pan de avena es lo que se come en las casas, pues no teniendo nada que guisar las mujeres no hacen otra cosa que rezar y encenderles lamparicas a las Ánimas para que rueguen por nosotros, que más de uno de haber pan candeal mojara en el aceite de ellas por mejor distraer el hambre.
Entre tantas tristezas ando también con el pensamiento puesto en el paradero de mi fiel perro Charco, huido quién sabe donde asustado por los cañonazos y el ruido de los tambores y las cornetas que el trajín de los ejércitos nos ha traído. Aún sabiendo que es sólo un perro, y que como animal Dios nuestro Señor no quiso darle un alma de persona, yo lo tengo como tal, porque con él hablo en estos dos años que hace que enviudé, y él come de mi comida, como así le tengo mandado a María La Culebrilla cuando nos guisa. Que puesto a pensar no entiendo porque Dios nuestro Señor ha de consentir estas desgracias de la guerra, y el sufrimiento de los más desheredados.
He dicho al mancebo que haga recuento de los frascos que estén vacios, y que habrá que reponer, conformándome ya con que no he de cobrar los que envíe al hospital del Palacio, como me mandó el Intendente. Sea tenido esto como una buena obra de caridad en la hora que Nuestro Señor me juzgue, pero si no fuera porque no soy hombre de tabernas y sin más vicio que las partidas de julepe con D, José Manuel el cura y con don Estanislao, el médico, por mejor matar el tiempo, mi hacienda en reales no llenaría una bolsa de hierba tisana, y es que la guerra no nos ha traído mas que hambre y muchas ganas de aguantarlas.
Es tarde y los candiles se apagan. Que nuestra Señora del Carmen, a la que me encomiendo, haga posible que veamos la luz de mañana, y si es esa su voluntad vuelva a tener la compañía de Charco, mi fiel perro, no queriéndome hacer a la idea de que no teniendo costumbre de andar solo por esos campos, también haya muerto en la injustica de esta Batalla.
¡Viva el Rey!
¡NuestraSeñora del Carmen. Stella Maris, Ora pro nobis!
Firmado: Don Raimundo de Calanda, farmacéutico de esta real población.
(Texto original de José María Suárez Gallego ©, cronista oficial de Guarromán)