(Andanzas y pitanzas del Maestre de la Cuchara de Palo)
Suelen decir las lenguas de doble filo, que haberlas las hay muchas y no para degustar manjares sino, por el contrario, para envenenar reputaciones, que alguien que no es de fiar y al que hay que tenerle cuidado es de escopeta y perro. La cosa es mucho más grave cuando se dice refiriéndose a una mujer, pues ser hembra de escopeta y perro, o lo que es lo mismo, de armas tomar, es motivo suficiente para marcar distancias y seguir camino por la otra vereda, si no se quieren tener pendencias, que siempre se ha dicho que en lo que ni nos va, ni nos viene, pasar de largo es cordura.
Pero nada como no encontrar escarmiento en cabeza ajena para quitar sambenitos injustamente colgados. Así es que la del alba sería del día del Pilar, el día de los civiles que se acostumbra a decir entre escopetas y perros por honrar aquellos a la patrona de su Benemérita Institución, y fecha en la que por tierras de Jaén suele abrirse la veda general, cuando nos pusimos a andar en dirección a El Centenillo. Antes, entre el nerviosismo de los perros, el Caliche, perrero de nariz torcida, de ahí que digan de él que huele todos los vientos a un tiempo, había sacado una botella de aguardiente para matar el gusanillo, aunque en honor a la verdad el mío si acaso llegó a atontolinarlo, pues sólo mojarme los labios con aquel carrasqueño se me agarró una rescoldina en la boca del estómago que conseguí quitármela a duras penas con queso a medio curar y pan que crujía entre las manos como si estuviera vivo.
Existe la creencia, cándida pretensión, de que por tratarse del día que es, están todos los guardias civiles de fiesta con el traje de gala, encontrándose los campos a merced de escopetas y perros. Nada más lejos de la realidad, pues no habríamos llegado al Barranco de la Mortaja, cuando nos pidieron nuestros papeles, los de los chuchos y los de las armas. El Caliche, en un respiro que le dieron los perros, nos comentó que el día del Pilar también tiene tarde y que esos guardias debían de ser de los que honraban a su patrona después del servicio matutino.
Y entre muchos cerros que subían y muy pocos que bajaban, entre el petardeo de las escopetas y los canes ladrando, se nos vino encima el mediodía cuando avistábamos El Centenillo, en otros tiempos pueblo minero de compañías inglesas, y hoy delicioso y tranquilo lugar en el que pasar el verano. Nos sentamos en cuatro piedras que había junto a una encina alcornoquera y bajo su sombra varias veces centenaria, extendieron la caza. Tres perdices y seis conejos grandes, de esos que han quedado después del descaste de julio, sabios, curtidos, de los que ya conocen coneja y hubo que llevarlos con los perros hasta las bocas de las madrigueras. Abrió el Caliche una capacha de esparto y sacó una bota de vino y mientras la pasaba nos decía: «Sepan ustedes que el beber en bota es la forma más cristiana y más cazaora de acercarse al vino, pues se hace mirando al cielo para dar gracias a Dios y pendiente por si las tórtolas vienen». Y mientras reíamos sus ocurrencias y los perros dormitaban en la sombra lo mucho bregado por la mañana, fue sacando unos tomates, unos pimientos, cebolla, ajos, laurel, aceite y sal, mientras Juanjo desollaba un conejo después de haber preparado la lumbre. Y entre cuatro ocurrencias del Caliche y otras tantas alabanzas a la bota nos vimos frente al perol del barrillo, o la barrecha, dando un viaje con tajá y otro con sopa, pues lo que está bueno de verdad es mojar en la salsa cuando en vez de conejo se hace con liebre.
buena prosa