Al sur de las burbujas

PATERA 2

MEMORIAS DE TABERTULIA

Mira, paisano, mi alergia al sol playero me mantiene en la holganza a la sombra de las horas muertas. En unos cuantos libros y la prensa de la mañana derramo la espera que ha de llevarme puntualmente al tinto con gaseosa que magistralmente me prepara Zacarías, mi eventual tabernero de cabecera en Salobreña. La Moleskine, mientras tanto, se llena en estos días de urgentes garabatos, y no precisamente porque en las vacaciones veraniegas se prodigue la brillantez de las ideas, sino porque las horas del asueto se colman de insultante eternidad, y de cualquier intrascendencia –bien meditada– se puede exprimir un artículo, y hasta sazonar un seminario erudito en una universidad de esas que no ha mucho tiempo llamaron de verano y que sólo porque no aparecieran emparentados los rancios saberes académicos y el vino tinto con burbujas tabernarias, también apellidado de verano, hizo que se les mudara el apelativo estival por el más distante y presuntuoso de internacional. Ya es sabido que de antiguo le viene a la institución universitaria estar atenta en su proceder para que en lo tocante a las cosas que le son propias al pueblo llano parezca que se está juntos pero no revueltos.

Las horas muertas lejos de Jaén me llevan como un soplo al buen tinto con gaseosa. Ya sé que estás pensando, paisano, que es una herejía mancillar la nobleza de un vino de reserva con una gaseosa plebeya y proletaria, pero sólo mezclando cunas y castas, colores y razas, herejías y páter noster, España levantó un imperio del que no nos quedó más que un difuso centenario del 98 y los sombreros de paja de los últimos de Filipinas. Y es que desde que el vino de nuestras tabernas, como los saberes más profundos de nuestras universidades, dejaron de ser peleones para verse envasados en cartones de tetra-brik y vendidos a un euro en los supermercados, nuestros filósofos tabernarios de toda la vida pasaron a ser meros borrachos indigentes, y nuestros más sesudos pensadores, en otros tiempos luchadores en revoluciones pendientes, acabaron convertidos en toreros de intelectualidades de salón a seiscientos euros la corrida y con estoque de madera.

A la sombra de las horas muertas, en el bar de Zacarías, frente a un incierto Mediterráneo que rumia pateras de muerte, un sudsahariano cargado de baratijas pretende venderme la sonrisa de la marca Nike en una gorra. Junto al moro, al judío, al gitano, al negro, y a todos los perseguidos que llevo dentro como un estigma, invito al africano a un tinto de reserva con gaseosa en un intento de hacer internacional, como las universidades estivales, lo que hasta ahora ha venido llamándose despectivamente de verano. Con una amplia sonrisa de blancos marfiles declina el vino y acepta en cambio una Coca-Cola, la bebida oficial de un imperio en cuyas alambradas de indiferencia habrá de dejar prendido cualquier día su nombre, cuando su rostro se diluya en la espuma de nuestras conciencias.

África nos duele, paisano, sobre todo cada vez que zozobramos en la patera de las horas muertas y no nos queda más orilla en la que salvarnos que la que dibuja el vino tinto en el sur de las burbujas.

(@suarezgallego)

 

Con Zacarias Marín, mi tabernero de cabecera en Salobreña.

Con Zacarias Marín, mi tabernero de cabecera en Salobreña.

 

Con Abdou, que no le gusta el tinto de verano, pero vende "sonrisas" de Nike.

Con Abdou, que no le gusta el tinto de verano, pero vende «sonrisas» de Nike.

 

 

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