
Cerdos en su zahúrda
Camilo José Cela en su novela “La Colmena”, llevada al cine en 1982 por Mario Camus, nos presentaba el complicado y perfecto puzzle de un grupo de personas que vive, pervive y sobrevive en el Madrid de 1942, en plena postguerra.
La colmena, sobre todo en épocas de crisis, es el paradigma del espíritu de solidaridad y colaboración, de cómo se apoyan unos a otros en un entorno que aparentemente se derrumba. Frente a él existe lo que bien puede llamarse el espíritu de la pocilga, de la zahúrda, o de la cochinera, dicho en el lenguaje que nos es más próximo. Los cerdos, a diferencia de las laboriosas abejas, viven una existencia feroz en la marranera. A mordiscos y hocicones defienden su comida y su rodal de podredumbre, compartiendo con sus congéneres sólo el lodazal y la inmundicia en la que todos se revuelcan, y nunca mejor dicho, como marranos en un charco.
A las abejas, por el contrario, las une el afán de construir desde la perfección de sus panales, la utilidad de su cera y lo goloso de su miel. A los cerdos que comparten zahúrda y marranera los mantiene unidos, en una palabra, la mierda común con la que se embadurnan.
No se si la conexión antagónica entre ambos espíritus, el de la abejas y el de los gorrinos, es que la colmena produce cera que ilumina y miel que endulza, mientras que el espíritu de la pocilga hace del estiércol compartido la única causa común de una existencia colectiva. A los cerdos en la marranera los une la porquería que detestan, pero sin la cual perderían su identidad primera. Los chillidos del cerdo que va a ser sacrificado, en definitiva, son acallados descaradamente por los gruñidos de complacencia de los integrantes de la pocilga en pleno, que prefieren vivir para engordar permaneciendo ajenos a una cruda y anodina realidad. De ahí que la miel de la colmena no se haya hecho para el hocico del cerdo en su pocilga.
Bien que lo dice don Quijote después de ser apaleado por los presos que él mismo libera: “Siempre, Sancho, lo he oído decir, que el hacer bien a villanos es echar agua en la mar.” (Primera parte, cap. XXIII)
Publicado en Diario JAÉN el martes 22 de julio de 2014
©José María Suárez Gallego
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